Siguiendo a Aldo Rossi se puede afirmar que el término “ciudad” no designa a cualquier agregación de actuaciones urbanas, sino solo aquella conformación estructurada de ellas1. Porque la condición urbana no se logra con la sola contigüidad o proximidad geográfica del parcelario, sino que requiere de la coherencia del conjunto, de la congruencia y complementariedad de los componentes urbanos. Así que con el enfoque descrito, la calidad de la metrópoli regiomontana que deseamos, podría ser el resultado morfológico de una revisión del planeamiento. Y, en cualquier caso, se derivaría más de una honda reflexión teórico-práctica del conglomerado posible, que del acucioso protagonismo e hiperdensidad edificatoria de las actuaciones urbanas que se tolera actualmente en las áreas centrales de la ciudad. En definitiva, de la correcta vinculación y correspondencia funcional y formal de su estructura.
Si, por una parte, entendemos por estructura funcional “la distribución de usos y actividades en el espacio de la ciudad y en el territorio”2; es urgente recuperar el equilibrio y la complementariedad, sobre todo de los componentes de vivienda y producción. Si, por la otra, la estructura formal constituye la identidad urbana; es necesario rescatarla del increíble anonimato de la superficie acumulada por la metrópoli los últimos años. Se trata de restituir la debida prevalencia de “los elementos (naturales o artificiales) que dan forma al territorio, [y que] se relacionan y refuerzan entre sí”3. A pesar de su gran diversidad, ahora basta con mencionar como componentes naturales a los de la geografía propia: la orografía y la hidrografía -junto con el clima, la flora y la fauna-; y, entre los artificiales a los condicionantes de la historia -la huella de la antropización en el territorio-, que constituyen más propiamente la estructura formal.
Ahora bien, dado que equilibrio policéntrico y la herencia edificatoria han perdido relevancia formal; la dispersión se reconoce hoy como el rasgo más característico de la configuración metropolitana. Y, así, aunque la falta de estructura emerge desde la precariedad del desarrollo urbano monofuncional y unifamiliar del siglo pasado, y se constituye en el mayor rezago del planeamiento metropolitano; es importante subrayar que la revisión de los tres sistemas generales -el de comunicaciones, el de espacios libres y áreas verdes y el de equipamientos- puede revertir la arraigada tendencia a la dispersión, asegurando el crecimiento ordenado de la ciudad4. Sin embargo, además de la necesaria adecuación de los sistemas generales del planeamiento, conviene asimismo apuntalar el replanteamiento de la densificación y sutura del tejido metropolitano en el proceso de reestructuración urbana.
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Figura 0622-01. Estructura metropolitana de Monterrey. Programa Estatal de Desarrollo Urbano de la Región Nuevo León 2030 |
TIPO DE EQUIPAMIENTO (Superficie de terreno m2/familia) | BARRIO | SECTOR |
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1. EDUCACIÓN | 5.90 | 3.52 |
2. CULTURA | 0 .37 | 0.64 |
3. SALUD | 1.00 | |
4. ASISTENCIA SOCIAL | 2.02 | 0.60 |
5. COMERCIO | 1.34 | 0.20 |
6. TRANSPORTE | 0.78 |