JUNIO 2017
La conclusión de los artículos de METROPOLISREGIA.COM en los que se analizó la configuración histórica de Monterrey entre los siglos XVIII y XX destacaba que las autoridades y la propiedad, aunque eran los responsables más importantes del ordenamiento urbanístico, se desentendieron durante cien años del desarrollo equilibrado de la ciudad. A partir de la restauración de la República en 1867 y de la consolidación política de la ideología liberal en el país, la urbanización del entramado reticular y la expansión periférica, se subordinaron a los objetivos económicos y a la transformación industrial de Monterrey; descuidando, a pesar del gran aumento de la población1, la provisión de suficientes reservas públicas para los equipamientos colectivos, y tolerando los diseños poco cuidadosos que ya mencionamos (Fig. 0617-1).
Aunque “los primeros indicios del ordenamiento territorial (…) se remontan a 1927, cuando el Congreso del Estado de Nuevo León promovió la Ley de Planificación y Construcciones Nuevas de la Ciudad de Monterrey con la finalidad de orientar y fomentar una distribución ordenada de las construcciones, (…) fue hasta 1950 cuando el Instituto de Estudios Sociales publicó los Apuntes para el Plano Regulador de la Ciudad de Monterrey del urbanista norteamericano Kurt Mumm, (…) que era promovido por el sector privado”2. Sin embargo, el marco normativo de la planificación se generalizó en el Estado durante la década de 1960; solo entonces se profesionalizó la práctica y se preparó el primer documento oficial, el Plan Director del Plan Regulador del Área Metropolitana de Monterrey (AMM), que fue publicado en julio de 1967.
Como se cumplen cincuenta años de la publicación del Plan Director, METROPOLISREGIA lo conmemora analizando sus principales propuestas en los artículos de junio y julio de este año. Pero, sabiendo que es imposible abarcarlo todo, en el artículo de junio se analizará el Plan, en cuanto que trataba de reconducir el crecimiento desordenado de la conurbación configurando seis grandes ciudades interconectadas y casi autosuficientes; mientras en julio, se estudiará la conformación “óptima” (Bardet) de cada una, y la disposición escalonada de los equipamientos colectivos.
EL PLAN DIRECTOR DE LA SUB-REGIÓN MONTERREY DE 1967 (EXÁPOLIS 2000)
El Plan Director de la Sub-región Monterrey, proyectado por el Departamento del Plan Regulador del Monterrey, N. L. y Municipios vecinos, fue dirigido por el Arquitecto y Urbanista Guillermo Cortés Melo con la colaboración de un grupo numeroso de profesionales y estudiantes3. Entre ellos cabe señalar la participación del Arquitecto y Urbanista Helios Albalate Olaria desde 1963 hasta 1966, y la del Arquitecto y Urbanista José Juan Ríos Leal a partir de 1967. Como es sabido, el Plan se fundamentaba en ciertas teorías que Gaston Bardet había denominado biosociología4.
El documento, que al publicarse era el más completo de su tipo del país y que recibiría por ello diversos reconocimientos, no solo abordaba los aspectos geográficos y geométricos habituales, sino que buscaba la justificación antropológica del planeamiento urbano; porque, como explican los redactores, “solamente una planificación integral que tenga como fin último al hombre, al desarrollo de la persona en toda su complejidad social e individual, y que se integre a los vastos campos regionales y nacionales, es la que consideramos que puede plantear y resolver los interdependientes y complejos problemas urbanos”5.
Sin embargo, en primer lugar, el Plan Director debía hacer frente a los aspectos técnicos, más urgentes; a una presión demográfica y urbanística insólita, y al proceso de expansión caótico que se registraba en la metrópoli. Ya que, solo entre 1943 y 1963, la población de Monterrey había aumentado de 241,257 a 850,668 habitantes, y la superficie urbanizada había pasado de 3,022 a 7,630 Ha; así que, si la población había aumentado tres y media veces, la huella urbanizada solo dos y media, mientras que la densidad apenas un 40 por ciento: de 79 a 111 hab/Ha. Por eso, ante el ritmo impredecible de la inmigración, no parece excesivo que los redactores hubieran proyectado el crecimiento de la metrópolis estimando una población de más de cinco millones de habitantes para el año 2000, tampoco que la distribuyeran en una superficie de 40,000 Ha, creciendo la densidad promedio hasta 130 hab/Ha (entre 25 y 30 viv/Ha). Ya que, así, el Plan comenzaba a contrarrestar la dispersión, moderando razonablemente el modelo de crecimiento extensivo propio de la ciudad.
Por otra parte, las previsiones respondían a la consolidación del proceso de industrialización regiomontana6, que se producía en el contexto sociopolítico del así denominado ‘milagro económico mexicano’, aunque se hubiera desarticulado apenas publicado el Plan al terminar la década de 19607. Pero, también a la ordenación urbanística del suelo contiguo a la ciudad existente, que pudiera satisfacer la población estimada por los estudios conforme a la práctica del planeamiento de otras ciudades industrializadas. Además -vale la pena destacarlo-, establecía la provisión de las reservas territoriales públicas necesarias para los equipamientos urbanos y para la edificación de vivienda social de la futura metrópolis, así como una la estrategia financiera para obtenerlas, que se comentará después.
No obstante, como vimos, las reservas de suelo públicas se habían suprimido del plano de la ciudad cien años antes con la desamortización de las propiedades municipales; que, por otra parte, afectaban directamente a los intereses de la propiedad, que especulaba con la posibilidad de seguir urbanizando en la periferia en las mejores condiciones regulatorias. Quizá por eso tampoco prosperó la aplicación del Plan, que según dice Roberto García Ortega, “no sólo fue limitada, sino incluso desvirtuada (…) a causa de la difícil conciliación con el ‘modelo liberal urbano’ (…). Ello le valió un escaso apoyo comunitario y político-legislativo del gobierno, e incluso serios ataques por parte de algunos grupos de poder económico local”8. Como hubiera sido, el Plan consiguió únicamente que se fijaran las posiciones de la estructura radial, ya que con su trazado se confirmaban las expectativas de la revalorización del suelo y de la expansión desregulada, aunque con ello se fomentaba también el uso del automóvil.
En segundo lugar, interesa analizar las características de la propuesta y la fundamentación teórico práctica del Plan, comúnmente denominado Exápolis 2000. Porque, para evitar la dispersión de las grandes metrópolis norteamericanas y las limitantes que introducía en la cohesión social, se regulaba la expansión de Monterrey en cinco direcciones. Y, con ello, no solo se planeaba la consolidación urbanística de los municipios contiguos; sino que impulsaba también el ordenamiento regional, el desarrollo controlado de las poblaciones cercanas (Fig. 0617-2).
Como explicaban los redactores, Exápolis 2000 propone “un conjunto urbano principal constituido por seis ciudades federación, y por seis ciudades menores ubicadas alrededor de éste, a distancias variables de 25 a 35 Km del centroide del citado conjunto principal. Este conjunto principal abarcará cerca de 40,000 Ha y está supuesto para una población de unos 5.200,000 habitantes (…). Cada Ciudad Federación del conjunto central será prácticamente independiente de las demás en su funcionamiento, pues contará dentro de sí misma todos los elementos para lograrlo (…). Por considerar que en esa forma se obtienen los marcos más adecuados para el desarrollo tanto de la comunidad como de la persona en todas las etapas y formas de la vida social, y a la vez se obtiene la mayor eficiencia urbana general en los demás aspectos”9.
A partir de la Ciudad Central (CC), la pieza reticular trazada por Epstein (1865) y por los tejidos industriales y residenciales del perímetro ceñidos por un anillo doble de circunvalación continua, la expansión metropolitana se articulaba entre los accidentes orográficos en forma de brazos irregulares, en dirección de las cinco cabeceras municipales colindantes: San Pedro y Santa Catarina al Sur, García al Noroeste, Escobedo y San Nicolás al Norte, Apodaca al Noreste, y Guadalupe al Este. Cada uno de los brazos conformaba una Ciudad Federación (CF), integrada por una zona industrial (ZI) separada del tejido residencial, configurado a su vez por un racimo de ciudades óptimas (CO).
Cada CF estaba conectada fuertemente con la CC por alguna de las vías radiales, de la que se derivaba una malla de circulaciones, con zonas verdes y equipamientos colectivos cuidadosamente distribuidos, para atender a los tejidos residenciales de cada una de las CO. El escalonamiento comunitario vecinal se desdoblaba linealmente; las CO en barrios (B) y grupos domésticos (GD), que tenían las áreas verdes y equipamientos correspondientes10. Por una parte, la estructuración orgánica de cada CF conjuntaba la geografía y la geometría del conglomerado de CO, buscando la continuidad espacial de la CC en las direcciones históricas del crecimiento metropolitano. Por la otra parte, el escalonamiento transversal de los tejidos vecinales, descendía hasta la ordenación del último nivel operativo, dejando abierta la configuración física de los componentes urbanos.
Como fundamentación teórico práctica, los redactores ofrecen una justificación humanística de la propuesta morfológica. Según explican, “mediante la organización federativa escalonada (…), cada ciudadano puede encontrar un cuadro físico-social a la escala de sus aspiraciones y posibilidades fisiológicas, psicológicas y sociales. Como este cuadro físico-social tiene su expresión principal en los centros de los distintos escalones, ya que es en ellos donde se produce el “calor cívico” necesario para el florecimiento del espíritu comunitario –básico para todo desarrollo social sano-, es grande la importancia concedida a la ubicación y equipamiento de tales centros. Otra de las consecuencias de la estructura federativa escalonada, es la distribución equilibrada de los lugares de trabajo, tanto industriales como de servicios, así como el equipamiento de los centros cívicos, lo cual se traduce en la reducción y simplificación de los movimientos cotidianos de la población y la consiguiente disminución de gastos y tiempos destinados a la transportación”11.
Aunque en el artículo de julio se comentarán con mayor detenimiento otros aspectos de la propuesta, de lo ya expuesto se puede concluir que el Plan Director de Monterrey de 1967 confrontaba el desorden metropolitano con una propuesta estructurante determinada tanto por el modelo de crecimiento radial que experimentaba la metrópolis, como por la información técnica y sociológica disponible (como recomendaban Patrick Geddes y otros exponentes del ámbito anglosajón). El diseño urbano era respetuoso de la geografía así como de la ciudad existente; mientras que la geometría orgánica, más que ambigüedad, destacaba la necesaria flexibilidad espacio temporal de la propuesta.
En definitiva, en la propuesta ordenada de Exápolis 2000 se percibe, por una parte, la línea de influencia de la topografía social de Bardet; que “defiende una ciudad que crece y mejora de forma empírica, por ensayo y error, rechazando la concepción integral de la ciudad, y aspirando a resolver con eficacia los problemas urbanos más acuciantes”12. Y, por la otra, inspirada en las ideas de Bergson, en la búsqueda del “impulso vital que mueve y guía la evolución de toda realidad. Sin embargo, esta concepción dinámica de lo existente tiende a una estabilidad: la estabilidad de la continuidad sin ruptura, la durabilidad, la permanencia de lo anterior en formas siempre nuevas”13.
1. La ciudad de Monterrey, que había alcanzado 500,000 habitantes en 1950, saltó a 1’642,000 en 1976 y a 2’148,000 en 1983, aumentando la concentración de la población del Estado en la metrópolis de 64% a 80%. Por otra parte, la superficie urbanizada pasó de 4,000 Ha en 1950 a 30,910 Ha en 1983, con lo que la densidad disminuyó casi a la mitad, desde cerca de 125 hab/Ha bajó a 70 hab/Ha, debilitando todavía más la funcionalidad y la cohesión. No obstante, la dispersión se ha seguido agravando; en el año 2000 la densidad se redujo a 60 hab/Ha, los 3’374,400 habitantes de la metrópolis se distribuyeron en 55,882 Ha, y en 2010 a tan solo a 49 hab/Ha, los 4’165,500 habitantes ocuparon 85,184 Ha
2. Víctor Joel PÉREZ POZOS. Tesis: Estrategias para un crecimiento ordenado y sustentable para la subregión periférica del área metropolitana de Monterrey. Universidad de Nuevo León, San Nicolás de los Garza, 2012. Pág. 15, párr. 4 a pág. 16, párr. 1
3. Cfr. El Plan Director de la Subregión Monterrey. Imprenta y Editorial Plata, S. A. Monterrey, 1967. Pág. 119, párr. 5
4. “El Autor plantea que en cualquier régimen político se observa la misma biosociología, compuesta por seis especies sociales y clasificada en tres niveles diferenciados: el hipourbano, constituido por el caserío aislado, el pequeño núcleo rural y los centros rurales de los que dependen otros de menor entidad; la ciudad humana propiamente dicha; y el hiperurbano, de tamaño descontrolado, configurado por metrópolis enormes de diferente entidad. Bardet apunta que si el primer nivel es incapaz de aportar beneficios espirituales suficientemente ricos, el último destruye los que ya estaban aglutinados: entre ambos se define un nivel óptimo dependiendo del nivel cultural y técnico de la sociedad”. Silvia BARBARIN y Elena MARTÍNEZ LITAGO en José LUQUE VALDIVIA. Constructores de la ciudad contemporánea. Cie Inversiones Editoriales Dossat 2000. Pág 138, col. 1, párr. 2
5. El Plan Director de la Subregión Monterrey. Imprenta y Editorial Plata, S. A. Monterrey, 1967. Pág. 3, párr. 4
6. “En el período 1960-1970 la producción fabril mantuvo un crecimiento sostenido con una tasa anual de 8.5 por ciento, frente a 8.1 por ciento nacional. Las manufacturas regiomontanas pasaron de aportar 10 por ciento del PIB industrial nacional en 1960, a aportar 10.5 por ciento en 1970, máximo histórico hasta entonces”. Lilia PALACIOS HERNÁNDEZ, Consolidación corporativa y crisis económica en Monterrey, 1970-1982, en Isabel ORTEGA RIDAURA, Nuevo León en el siglo XX. La industrialización, del segundo auge industrial a la crisis de 1982, tomo II. Fondo Editorial de Nuevo León, Monterrey, 2007. Pág. 212, párr. 2
7. “Entre 1960 y 1970, la industria creció a 8.2% anual, el mayor dinamismo manufacturero en todo el siglo, mientras que el PIB total lo hizo en 6.5%, cifras superiores a las de la década anterior que atestiguan el momento culminante del ‘milagro económico mexicano’ “.Gustavo GARZA VILLARREAL, Evolución de las ciudades mexicanas en el siglo XX en Notas. Revista de información y análisis, núm. 19, 2012, Pág. 10, col. 3, párr. 2 a pág. 11, col. 1, párr. 1
8. Roberto GARCÍA ORTEGA, La conformación del Área Metropolitana de Monterrey y su problemática urbana. Monterrey, 1984. Pág. 105, párr. 1
9. El Plan Director de la Subregión Monterrey. Imprenta y Editorial Plata, S. A. Monterrey, 1967. Pág. 63, párr. 2 y 3; pág. 73, párr. 2
10. “Un conjunto de 80 a 200 familias constituye potencialmente un “escalón doméstico”, el cual teje y define sus relaciones comunitarias en el ir y venir cotidiano de la población a lo largo de ciertas calles. (…) Para que esta comunidad cristalice dentro de su radio limitado, es necesario dotarla de una vía que facilite recorridos adecuados para la circulación de peatones, de un pequeño grupo de comercios primarios y de un lugar para juegos infantiles (islote de juegos)”. Ibídem. Pág.47, párr. 3
11. Ibídem. Pág. 73, párr. 3 y 4
12. Silvia BARBARIN y Elena MARTÍNEZ LITAGO en José LUQUE VALDIVIA. Constructores de la ciudad contemporánea. Cie Inversiones Editoriales Dossat 2000. Pág. 134, col. 2, párr. 5
13. Ibídem.Pág 135, col. 1, párr. 2