Junio 2022
Parece acertado considerar que ni la proximidad geográfica de parcelario edificado, ni una agregación cualquiera de actuaciones expliquen adecuadamente la naturaleza de los “hechos urbanos”. Por más que distinguir con Aldo Rossi “diferentes cualidades nos aproxime al conocimiento de la estructura de los hechos urbanos”1, a ésta la define la relación de los componentes de la ciudad; la que condicionaba la historia y hoy pertenece al planeamiento. El cual, anticipando la configuración deseada, prevé la correspondencia funcional y formal de los componentes; resolviendo la complementariedad y coherencia de las áreas de vivienda y producción, la colocación y eficiencia de los sistemas generales de desarrollo urbano e infraestructuras.
Y como la estructura funcional consiste en “la distribución de usos y actividades en el espacio de la ciudad y en el territorio”2; el planeamiento los acomoda conformando partes completas de ciudad y articulando el conjunto en la región. En cada parte coloca los componentes de vivienda y producción asignando suficientes áreas libres y verdes y equipamientos, ensamblando todo con el sistema de comunicaciones e infraestructuras de servicios municipales. Además, como la estructura formal constituye la identidad de la ciudad o imagen urbana, también (el planeamiento) la rescata del anonimato provocado por el crecimiento exagerado del siglo XX; replanteando densidades de población proporcionadas en el núcleo central, articulando las inmensas superficies urbanizadas del perímetro. Pero lo logra solo si restituye las condiciones de sostenibilidad de “los elementos (naturales o artificiales) que dan forma al territorio [y] se relacionan y refuerzan entre sí”3. De los naturales sobre todo la geografía propia (orografía e hidrografía, clima, flora y fauna, etc.); de los artificiales principalmente la historia (huella de la antropización).
Sin embargo, al repasar los conceptos anteriores de la teoría del Urbanismo salta a la vista el alarmante desorden urbano de la Zona Metropolitana de Monterrey. Que inició como se sabe durante la conformación de la metrópoli las últimas décadas del siglo pasado, y solo es posible corregir impidiendo su avance y recuperando la ordenación de la superficie urbanizada.
Se trata por tanto de corroborar la incoherencia de la estructura existente, y replantear los condicionantes del desarrollo urbano al mismo tiempo que se promueve la sutura del tejido fracturado. En cuanto a lo primero, destaca la falta de control de la expansión debida al rezago del planeamiento; porque derivó en la urbanización de grandes extensiones de suelo, con una configuración funcional desequilibrada e identidad formal sin articulación meritoria. Para lo segundo, la necesidad de remodelar las áreas edificadas, y desarraigar la tendencia del crecimiento anárquico y la monofuncionalidad; promoviendo actuaciones con mayor densidad de población, y tipologías plurifamiliares de vivienda bien equipadas, adecuando también las infraestructuras y los sistemas de comunicaciones existentes de la conurbación4. A lo cual, finalmente, hay que añadir propuestas para la renovación de la estructura formal, que restablezcan las condiciones de sostenibilidad del medio ambiente natural, y rehabiliten la articulación policéntrica y la herencia edificatoria de la zona metropolitana. No obstante, lo más importante será asegurar la ordenación urbana y regional implementando un control más estricto de la redacción y aplicación del planeamiento.