ABRIL 2017
En el artículo anterior vimos que las autoridades de Monterrey trazaron los repuebles previendo el crecimiento de la ciudad comercial, aunque con la desamortización de los ejidos pretendían también dinamizar la economía. Porque la ideología liberal incorporaba en el planeamiento nuevos objetivos, y además de enfatizar el papel representativo del comercio y de separar del tejido residencial las actividades industriales, buscaba que la construcción de la ciudad sirviera para impulsar el desarrollo económico. Rocío González Maiz recuerda que “saldar la deuda pública y crear un excedente económico a corto plazo, se convirtió en uno de los principales objetivos perseguidos con la enajenación de los bienes de las corporaciones civiles”1. Sin embargo, en nuestro caso, las autoridades “no tuvieron ningún cuidado en cumplir con lo estipulado por las leyes, pues ese fondo fue utilizado para cubrir múltiples necesidades2; y, por eso, “los servicios públicos proporcionados por el Municipio estuvieron lejos de mejorar al ritmo con lo que exigía el crecimiento de la ciudad”3.
En cambio, durante el último cuarto del siglo XIX, se logró la concertación de las acciones del gobierno y los particulares, orientándolas más directamente a la transformación y expansión (como se ha dicho ya acerca de las comunicaciones y el transporte), pero en detrimento de la atención que requería el espacio público de la ciudad. A partir de la consolidación del régimen porfirista (1884-1911), la obra pública aumentó significativamente, aunque para reducir y financiar las inversiones se utilizó la superficie libre de algunas plazas, se documentaron antes los casos de la Alameda y de las plazas de Allende y de la Concordia, denominada del Cinco de Mayo; no obstante, el más notable fue el descuido y la eliminación del parque público que conformaban las riberas del arroyo y de los ojos de agua de Santa Lucía4 (Fig. 0417-1).
Diversas concesiones en el pago de impuestos impulsaron también la urbanización residencial y el desarrollo industrial. A lo largo del proceso de enajenación de los ejidos se habían presentado muchas dificultades para delimitar el suelo que estaba disponible5, pero la rectificación y homogenización del trazado reticular tuvo un impacto muy positivo en el ordenamiento funcional de la ciudad. Quizá el ejemplo más claro que tenemos está en la parte norte de la retícula de Epstein, la ampliación del trazado de las calzadas de la Unión y del Progreso, que la prensa de la época aseguraba que llegaría a ser la parte más hermosa de la ciudad6. Pero la superficie del Repueble del Norte era desproporcionada, aun para la enorme necesidad de vivienda que tenía la ciudad; así que, las autoridades ofrecieron algunos incentivos para urbanizarlo lo antes posible; porque se buscaba conectar la ciudad existente con la fachada de la ciudad industrial, donde se habían construido las estaciones del ferrocarril.
Isabel Ortega Ridaura dice que “en octubre de 1890 se promulgó una ley que eximía del pago de contribuciones por cinco años a las fincas urbanas que se edificasen en los siguiente dos años. Como resultado se construyeron en la capital más de trescientas edificaciones, cuya falta era notoria, pues el crecimiento de la población exigía mayor número de habitaciones que el existente”7. Al término del plazo señalado se volvería a insistir pero más localizadamente: “en septiembre de 1895 (…) el Ejecutivo solicitó al Congreso local que se exceptuase de contribuciones por cinco años a las fincas de cierto valor que en el término de dos años se construyesen en las manzanas que circundaban la Alameda Porfirio Díaz, y a las que se levantasen en una zona de tres manzanas por lado, a los flancos de las calzadas Unión y Progreso (hoy Madero y Pino Suárez, respectivamente) de Monterrey. Con esta medida, se buscó orientar el crecimiento ordenado de la ciudad en torno a estos dos grandes ejes”8.
Al mismo tiempo que se promovía la urbanización de las zonas más representativas del Repueble del Norte, comenzaba también la edificación en el suelo desamortizado al norte del tejido reticular. Efectivamente, como documenta detalladamente Isidro Vizcaya, a partir de 1890 comenzaron a instalarse las primeras grandes fábricas aprovechando las exenciones de impuestos concedidas por las autoridades del estado9. Pero, además, entre ellas se trazó la primera urbanización residencial fuera del tejido reticular: el Repueble Buena Vista que diseñó su propia retícula siguiendo la disposición geométrica de las vías del Ferrocarril Nacional Mexicano y las del Ferrocarril de Monterrey al Golfo Mexicano, y no la del Repueble del Norte del que había quedado aislada totalmente. Muy pronto, el servicio de tranvías conectó aquellas nuevas zonas con la ciudad existente, como se puede ver en el plano de Monterrey de 1901 (Fig. 0417-2).
Se deduce que las autoridades promovieron primero la introducción del ferrocarril, estableciendo la fachada de la ciudad industrial en el límite norte de la retícula, la avenida Colón; y, posteriormente, la urbanización del suelo desamortizado de los ejidos: del suelo planificado del Repueble del Norte, así como del no planificado, que podría utilizarse indistintamente para las instalaciones industriales y los nuevos desarrollos residenciales. Más que ordenar el crecimiento conforme a los requerimientos funcionales de la naciente ciudad industrial, se buscaba impulsar el desarrollo económico a toda costa, con un modelo semejante al que seguía la expansión norteamericana en la colonización del territorio oeste, que Luis Cabrales ha descrito apropiadamente: “hasta finales del siglo XIX, la ciudad americana refleja (…) la vigorosa expansión del liberalismo individualista, que queda confiado al orden externo de unas cuantas reglas esquemáticas, con la casi completa exclusión de la intervención de cualquier poder público”10.
El planeamiento de la ciudad se había reducido a la desregulación funcional del suelo para permitir libremente la expansión, sujetándola solo a los condicionantes de la propiedad y del mercado. Así parece haber crecido el Monterrey al norte de la fachada de la ciudad industrial (Fig. 0417-3). No es correcto censurar el desarrollo económico ni la expansión industrial, sino la desregulación que provocó el crecimiento desarticulado del tejido industrial y residencial. Y, entre sus características más negativas, aquí se menciona solamente dos que interesa destacar en esta serie de artículos que tratan de la asimilación de los cauces hidrográficos, porque atañen a la corrección de crecimiento desordenado de la metrópolis regiomontana, que abordaremos en las siguientes publicaciones de METROPOLISREGIA.COM
Por una parte, observamos que, a pesar de la discontinuidad física, las actuaciones residenciales han preferido el trazado reticular; no solo por la claridad geométrica o por la conveniencia práctica de la urbanización; sino, ante todo, porque consigue los mayores aprovechamientos urbanísticos. A tal grado, que “el tipo de expansión urbana, referible genéricamente a la planta en damero, es susceptible de interpretarse como la máxima concesión del capital privado a la administración pública”11. En el caso de Monterrey, la fragmentación de la propiedad y la desregulación funcional del suelo junto con la asombrosa expansión, produjeron el acertijo geométrico que conocemos.
Y, por otra, tenemos que las actuaciones residenciales del norte industrial de Monterrey han ignorado en el diseño urbano la asimilación de los condicionantes hidrográficos, porque “en general, (…) la “idea” del crecimiento se superpone, sin motivo, al territorio”12, explicitando con ello la confianza en los avances técnicos de la ciudad moderna y, una vez más, la búsqueda de los mayores aprovechamientos urbanísticos. Como resultado, queda patente la devastación hidrográfica y la deforestación de las zonas llanas de la mancha urbana y, recientemente, la ocasionada por la urbanización indiscriminada de las laderas de las montañas que la circundan.
Después del breve recorrido histórico, podemos responder ahora acerca del desorden morfológico que ha heredado Monterrey de su vigorosa expansión del siglo XX, reconociendo que procede principalmente de la desamortización y la desregulación del suelo municipal, que liberó a la propiedad privada del respeto debido a los condicionantes geográficos que la comprometían con la configuración natural del territorio; y también de los geométricos, que debían relacionarla en la totalidad urbana. Que, en definitiva, fue el resultado de una ideología de crecimiento desacotado, de la falta de planeamiento que condicionara las inversiones inmobiliarias durante la configuración de la ciudad industrial.
Y plantear como punto de partida del planeamiento futuro, que “la naturaleza es proceso, (…) que responde a leyes y que representa valores y oportunidades para el uso del hombre, con ciertas limitaciones y algunas prohibiciones (…). [Que] el trabajo del urbanista es el del buscador de salud y de bienestar colectivos (…). [Que] para ello, la ciencia no es el único modo de percepción (…) y se necesita la creatividad del artista para llegar más allá (…). La clave de la aportación de McHarg estuvo en su capacidad para establecer principios claros desde los que desarrolla un análisis que relaciona la forma del paisaje con los usos del suelo, concebido todo ello como instrumento de gestión del futuro del territorio, al servicios de una planificación regional y urbanística renovadas. No es un problema de información sino de conocimiento”13.
1. Rocío GONZÁLEZ MAIZ, Desamortización y propiedad de las élites en el noreste mexicano 1850-1870. Fondo Editorial de Nuevo León. Monterrey, 2011. Pág. 18, párr. 1
2 . Ibídem. Pág. 44, párr. 3
3. Isidro VIZCAYA CANALES, Los orígenes de la industrialización de Monterrey. Una historia económica y social desde la caída del Segundo Imperio hasta el fin de la Revolución 1867-1920. Fondo Editorial Nuevo León–ITESM, 2006. Pág. 108, párr. 3
4 . Cfr. Juan Manuel CASAS y Claudia MURILLO, Bajo el símbolo del rojo clavel. Arquitectura de Nuevo León en la Época de Bernardo Reyes (1885-1909). Comisión Estatal para la Conmemoración del Bicentenario del inicio de la Independencia Nacional y el Centenario de la Revolución Mexicana. Monterrey, 2010
5. “El reparto de terrenos baldíos dentro del ejido se ordenó por el reglamento del 14 de abril de 1842 (…). Sin embargo, (…) no tuvo efecto por temor a cometer errores en la medida del terreno, ya que no se conocía con precisión la extensión del ejido en ninguno de sus rumbos. (…) El reparto de las tierras del ejido provocó innumerables pleitos, tanto intermunicipales como entre los propietarios y por parte de éstos contra el municipio”. Rocío GONZÁLEZ MAIZ, Desamortización y propiedad de las élites en el noreste mexicano 1850-1870. Fondo Editorial de Nuevo León. Monterrey, 2011, Pág. 35 párr. 2 y 3
6. “Los regiomontanos se paseaban entonces por las calles de Unión y Progreso, amplias avenidas que los gobiernos revolucionarios renombrarían Madero y Pino Suárez”. César MORADO MACÍAS, Introducción: Nuevo León, la experiencia de la modernidad, en Nuevo León en el siglo XX. La transición al mundo moderno. Del reyismo a la reconstrucción (1885-1939). Tomo 1. Fondo Editorial de Nuevo León. Monterrey, 2007
7. Isabel ORTEGA RIDAURA, Orden y Progreso: el período reyista en Nuevo León, en César MORADO MACÍAS, Nuevo León en el siglo XX. La transición al mundo moderno. Del reyismo a la reconstrucción (1885-1939). Tomo 1. Fondo Editorial de Nuevo León. Monterrey, 2007. Pág. 12, párr 5
8. Ibídem. Pág. 13, párr. 2
9. Cfr. Isidro VIZCAYA CANALES, Los orígenes de la industrialización de Monterrey. Una historia económica y social desde la caída del Segundo Imperio hasta el fin de la Revolución 1867-1920. Fondo Editorial Nuevo León–ITESM, 2006. Pág 77, párr. 4.
10. Luis CABRALES, La ciudad norteamericana: la fe en el futuro, en Ciudades del Globo al Satélite, Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (Electa, 1994). Pág. 5, párr. 2
11. Luis CABRALES, La ciudad norteamericana: la fe en el futuro, en Ciudades del Globo al Satélite, Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (Electa, 1994). Pág. 5, párr. 2
12. Ibídem. Pág. 5, párr. 2
13. Juan Luis DE LAS RIVAS SANZ, El paisaje como regla: el perfil ecológico de la planificación espacial. En María CASTRILLO ROMÓN y Jorge GONZÁLEZ-ARAGÓN CASTELLANOS (coordinadores), Planificación territorial y urbana, investigaciones reciente en México y España. Instituto Universitario de Urbanística-Universidad de Valladolid. Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco-División de Ciencias y Artes para el Diseño. Publidisa, 2006. Pág 26, párr. 3