SEPTIEMBRE 2018
DESARROLLO URBANO DEL ÁREA METROPOLITANA DE MONTERREY
Ahora más que nunca se sabe de la trascendencia la actuación humana en el territorio; para bien o para mal, forma parte de la historia de la civilización. Pero, como el Urbanismo tiene por objeto la ordenación de la ciudad –y ésta facilitar las operaciones propias del hombre-, es preciso contar con un modelo si no perfecto, al menos con uno idóneo; que, en cualquier caso, comporta un compromiso de sostenibilidad. Así, en armonía consigo misma y con su entorno, como manufactura colectiva la ciudad podría aspirar a ser “la cosa humana por excelencia”1, adoptando la afortunada reflexión rossiana. No obstante, muy a menudo observamos que se urbaniza al margen del modelo previsto, que se prefiere un resultado diferente, como ha ocurrido durante la expansión de Monterrey los últimos cincuenta años; de la cual se puede decir que ha rechazado el planeamiento urbano, excusando la concomitancia teórico-práctica de la disciplina y las condiciones de equilibrio ambiental.
Pero se debe profundizar en lo anterior, pues calificar como malo el resultado morfológico de la expansión de Monterrey no exime de una explicación. Si, por ejemplo, durante el siglo pasado se afirmaba que el modelo de vivienda unifamiliar aislada era el ideal de la ciudad moderna: ¿cómo se podría acreditar entonces el crecimiento excesivo y desarticulado que alteró el balance natural de la región?; o, por el contrario: ¿cómo se podría defender hoy lo opuesto, el modelo compacto y multifuncional, si la ciudad de rascacielos se materializa en grandes zonas congestionadas y anónimas de la metrópoli? Si fuera sensato no tomar en cuenta ni el modelo ni las condiciones de sostenibilidad, se juzgaría que el resultado fue consecuencia del desarrollo urbano; que, una vez superado cierto límite, la urgencia de suelo urbanizable llevó inevitablemente a la dispersión. Que para revertirla bastaría con aplicar una solución técnica adecuada: la mejora de las infraestructuras, de los sistemas de transporte, etc. No obstante, sin descartar la necesidad de estas, si se mira bien, lo que hemos calificado como desorden urbano se produjo por actuaciones que apuntaban en primer lugar al resultado económico; que privilegiaban la rentabilidad antes que a la calidad de vida de la ciudad, aunque después tienen que asumir consecuencias no esperadas.
Así, las operaciones que anteriormente especulaban con el valor del terreno favoreciendo la dispersión, ahora buscan también lucrar con la saturación. Aunque se trata de modelos divergentes, los proyectos coinciden en la búsqueda de los mayores aprovechamientos urbanos. Se puede decir que esta deformación procede, aplicando una idea de Gregotti, de la mercantilización del desarrollo2, que se descubre fácilmente en la huella que dejó durante la configuración de la metrópoli. Sin embargo, conviene aclarar que este artículo no se plantea ni la exclusión de las condiciones de mercado ni los avances técnicos del planeamiento; sino que trata de verificar cronológicamente la mercantilización del desarrollo en la morfogénesis de la metrópoli, y concluir con la presentación de un modelo viable de ordenación urbana; aunque se haya hecho con mayor amplitud en los artículos de junio a septiembre de METROPOLISREGIA.
SIGLOS XVIII Y XIX. EL RESULTADO DISFUNCIONAL DEL DESARROLLO URBANO
Dos siglos después de la fundación de Monterrey, el desarrollo urbano seguía estancado, condicionado más por el aislamiento económico que por el geográfico; parecía que solo las principales vías de comunicación territorial (este-oeste), y las características hidrográficas del sitio (el río Santa Catarina y el arroyo conformado por los ojos de agua de Santa Lucía), orientaban marginalmente la extensión del asentamiento hacia el poniente (Fig. 0918-01).
En cambio, la segunda mitad del siglo XVIII la localización estratégica de la plaza, asociada con el aumento de la población y el comercio regional, llevaron a planear la expansión de la ciudad. Por encargo de las autoridades, Juan Crouset preparó los proyectos de Monterrey de 1796 y 1798 que preveían extender el núcleo primitivo hacia el norte, salvando el arroyo Santa Lucía. El primer proyecto de 1796 planeaba una ciudad enteramente nueva a cierta distancia del núcleo existente; seguía el modelo reticular ideal con sus barrios, plazas y edificios públicos (Fig. 0918-02). Como ciertas autoridades se opusieron cambiar de lugar la ciudad, en 1798 se modificó, prolongando solo las calles más importantes del trazado rectangular del núcleo (Fig. 0918-03). La expansión conservó así la configuración irregular hasta que en 1865 el Ayuntamiento solicitó a Isidoro Epstein ajustarla con la retícula exacta que había comenzado Crouset (Fig. 0918-04), facilitando con ello la precisión del proceso de desamortización de la propiedad municipal, dictado por la Ley Lerdo de Tejada de 18563.
Aunque la desincorporación del suelo municipal resultó poco beneficio a las arcas públicas, para los particulares fue buen negocio, ya que se produjo en la antesala del despegue industrial de la ciudad con la mínima regulación urbanística. Por eso, al final del siglo XIX se comenzó a urbanizar alrededor de la retícula de Epstein, sin otra previsión estructurante ni equipamental que los antiguos caminos y las vías del ferrocarril recientemente terminadas (Fig. 0918-05). Los avances técnicos y las comunicaciones que trajeron el liderazgo y gran prosperidad a Monterrey, en lugar de facilitar el crecimiento ordenado de la naciente ciudad industrial, solo impulsaron la economía de la región. Por eso, el establecimiento de las grandes fábricas y las urbanizaciones de vivienda se produjo aleatoriamente, “con la casi completa exclusión de la intervención de cualquier poder público”4, como las ciudades que colonizaron el territorio oeste norteamericano.
SIGLO XX. LA DESOBEDIENCIA DEL PLANEAMIENTO Y LA FRACTURA MORFOLÓGICA
Ya en el siglo XX, la falta de regulación podía considerarse de provecho para el desarrollo económico de la ciudad; sin embargo, casi todas las urbanizaciones de Monterrey adoptaron el trazado rectangular por considerarlo no solo el más eficiente, sino “la máxima concesión del capital privado a la administración pública”5 (Fig. 0918-05). Aunque con ello la autonomía geométrica de los trazados podía revelar la pujanza de la iniciativa local, la discontinuidad entre las urbanizaciones provocaba intersticios irregulares poco aprovechables dejando una impresión general de desorden; que al extenderse a las cabeceras de los municipios contiguos, acabó con la configuración multipolar histórica de la región. El resultado morfológico se expresaba no solo en el acertijo geométrico de los planos de Monterrey del siglo XX, sino en negligencias ambientales tan graves como el entubamiento o la canalización de los cauces fluviales; la eliminación de la vegetación ribereña de los ríos y arroyos que cruzan la metrópoli; la urbanización irracional de laderas y montes; de zonas de protección ecológica como el Cañón de Huajuco, etc. (Fig. 0918-06)
Efectivamente, todo esto destacaba sobre todo la omisión de las autoridades (Fig. 0918-07); por eso, con la implementación del planeamiento urbano profesional de los años sesenta se buscaba controlar el desarrollo, extendiendo la ordenación al territorio. Aunque todavía se pensaba que convenía definir la forma de la ciudad, en el diseño ya se tomaba en cuenta los principios de la geografía humana y social. El Plan Director de la Subregión Monterrey (Exápolis 2000) de Guillermo Cortes Melo y Helios Albalate de 1967, ofrecía un modelo de crecimiento orgánico que regulaba la expansión de la ciudad central en las principales direcciones radiales, con grandes zonas verdes y agrícolas entre ellas (Fig. 0918-08). Proponía el desarrollo de otras cinco ciudades; en cada una la industria quedaba separada de la vivienda, mientras el centro terciario conformaba la estructura funcional y representativa de los agrupamientos residenciales, rodeados de áreas verdes muy abundantes y respetuosas de la hidrografía de la región.
A pesar de su profundidad antropológica y originalidad geométrica, el Plan fue desobedecido “a causa de la difícil conciliación con el ‘modelo liberal urbano’”6. Quizá por la razón apuntada por Roberto García Ortega, tampoco el siguiente Plan de Desarrollo Urbano del Área Metropolitana de Monterrey de 1988 pudo conciliar los intereses públicos y privados, aunque probablemente como también afirma, por la falta de “una bitácora sistematizada para darle seguimiento al cumplimiento de los programas y acciones previstas en el documento”7 (Fig. 0918-09). Pero a la resistencia de la gestión y la desobediencia del planeamiento urbano, la adscripción del país al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), añadió nuevo brío al desarrollo económico; solo que la inversión en vivienda social e industria buscó el suelo más barato del perímetro, y antes de trasponer el umbral del siglo XXI, la fractura del conjunto urbano fue inevitable.
SIGLO XXI. LA DISPERSIÓN EN LA PERIFERIA DE LA METRÓPOLI
Al consumo irracional de suelo provocado por la euforia desarrollista, el Plan Metropolitano de Monterrey 2000-2021 de Oscar Bulnes y Helios Albalate fijaba un primer límite previendo la consolidación del conglomerado urbano en el Arco Vial Metropolitano, en el que se proponía la relocalización industrial. Con el desalojo de las antiguas zonas productivas, además de disponer de suficiente espacio vacío para cubrir la falta de áreas verdes y equipamiento urbano, se esperaba promover actuaciones de vivienda de mayor densidad, aumentando la compacidad de la ciudad central y equilibrando el desarrollo urbano (Fig. 0918-10).
De todos modos, los redactores estaban conscientes de la dificultad de corregir el azar expansivo del desarrollo; por lo que advertían del posible fracaso del Plan si prevalecía el escenario tendencial de crecimiento. En ese caso, decía, “se considera que no se podrán establecer políticas de orden y control urbano; por lo que el crecimiento se daría en forma dispersa sobre cualquier parte del territorio”8. Y, como en efecto el desarrollo siguió fuera de control, la dispersión rebasó el Arco Vial Metropolitano. La fragmentación del tejido urbano alcanzó rápidamente los municipios de la región periférica; pese a que la legislación modificó los criterios de financiamiento público, favoreciendo la densificación de la vivienda social plurifamiliar en la periferia y la edificación residencial compacta en el centro de la metrópoli.
Actualmente, la falta de parámetros morfológicos del modelo permite la propagación del desorden urbano, obviando las condiciones geográficas e históricas de la región. (Fig. 0918-11). Pero, además, por la otra, tolera la insuficiencia técnica del planeamiento extendiendo la monofuncionalidad -la escasez de equipamiento social y área verde a pesar de la proliferación de usos comerciales y lúdicos-, y la movilidad ineficiente que eleva los niveles de contaminación atmosférica amenazando la salud pública. Se corrobora que la conformación metropolitana de Monterrey no ha seguido un modelo urbano distinto del desarrollo mismo; lo que demuestra, como advierte Vizcaya Canales, que “la ‘idea’ del crecimiento se superpone, sin motivo, al territorio”9. Pero, como éste, el crecimiento se retroalimenta con el desarrollo técnico, ni se modera el objetivo de rentabilidad ni la inercia mercantil. En cambio, como se dijo, la sostenibilidad implica la búsqueda de la calidad de vida –el florecimiento de todo tipo de vida-; y, como consecuencia, la regulación de la tendencia expansiva del desarrollo, demostrando entonces el interés genuino de la propiedad. Porque solo a partir de una ecología humana, que rige el balance natural pero requiere del apoyo de una economía inclusiva, se puede salvar el planeamiento urbano de la inoperancia y fundamentar el modelo idóneo de la metrópoli del siglo XXI.
Con lo dicho hasta aquí, hemos respondido a las preguntas que se planteaba al principio; resta sin embargo por aclarar, cuál sería ese modelo idóneo que se ha mencionado reiteradamente. Cuál el prototipo que, en último término, serviría para equilibrar mercado y desarrollo urbano de Monterrey. Y para describirlo afortunadamente no hace falta empezar de cero; basta revisar algunas propuestas para casos de dispersión semejantes al nuestro, entre las que debe incluirse la que preparó Rubén Pesci hace unos años para el Programa de Desarrollo Urbano Nuevo León 2030; que, aunque resolvía únicamente la gran escala, era específica de la región metropolitana y miraba en la dirección correcta.
EL MODELO URBANO IDÓNEO Y EL DESARROLLO SOSTENIBLE
Con respecto a la dispersión, abundan los casos. Pero, como ejemplo de regeneración urbana desarticulada, sería posible aplicar en la región periférica de Monterrey algunas ideas de la segunda generación de new towns británicas, como las del proyecto de Harlow de Frederick Gibberd. Por su parte, el planeamiento alemán experimentó ya desde el siglo XIX un tipo de crecimiento disperso -parecido al nuestro-, que continuó desde la primera mitad del siglo XX un tipo de crecimiento disperso contiguo, que enfrentó de forma diferente que el europeo continental y el norteamericano; para la propuesta se acuñó el concepto de ciudad-paisaje (Stadtlandschaft). Ernst May, exponente de este concepto, propuso en el Plan de Breslau la desintegración de la gran ciudad en fragmentos de tejido urbano asociados con el paisaje natural, diseñados cada uno separadamente mezclando unifamiliares y plurifamiliares; que no obstante la fractura del conjunto se sigue reconociendo en sus partes. Posteriormente, Rudolf Schwarz profundizó estas ideas en el Plan de Köln (Fig. 0918-12), explicando que “la sustancia urbana adopta una condición fluida, acercando sus límites a los del paisaje (…). La ciudad y el campo se difuminan y lo que toma su lugar no es ni lo uno ni lo otro, sino algo distinto; una ciudad que se extiende por todo el campo, que es paisaje y ciudad al mismo tiempo”10. En tanto que la dispersión ha sido el fenómeno más característico del desarrollo urbano del siglo XX, consideramos que el concepto de ciudad-paisaje anticipa el proceso de regeneración que necesita nuestra metrópoli como otras tantas.
Ahora bien, si las propuestas descritas son solo aportaciones genéricas, la de Pesci pretende ordenar el territorio de nuestra metrópoli. Así que parte del potencial económico de la región, que no dejará de inducir a la expansión; por lo que no trata impedirla sino que la organizala. La porpuesta clave es el desarrollo del Corredor 2030 en el Arco Vial Metropolitano; una reserva de suelo equidistante de los límites de la metrópoli para “una ciudad lineal de innovación tecnológica, relocalización industrial, grandes equipamientos y servicios y enclaves de vivienda social”11 que puede absorber las inversiones que favorecen la competitivadad global. Esta nueva centralidad lineal y transversal reorienta y relocaliza el dinamismo del desarrollo y completa la estructura de comunicaciones concéntrica. También tiene capacidad de resolver los principales indicadores de la calidad de vida de la metrópoli; y, finalmente, de consolidar el policentrismo preexistente compensando la influencia del sistema radial (Fig. 0918-13).
Por tanto, si, por una parte, el concepto de ciudad-paisaje puede organizar la dispersión y a la vez resolver las condiciones de sostenibilidad; ya que, como afirma Desvigne, incorpora “el paisaje como condición previa”12 [considerando que] “la naturaleza es proceso, (…) que responde a leyes y que representa valores y oportunidades para el uso del hombre”13. Si por otra, el modelo concéntrico y policéntrico de Pesci equilibra el dinamismo del desarrollo y recupera la configuración histórica de la región; previendo como sugiere Ordeig, “la conservación del patrimonio cultural heredado e incluso a imágenes que representan estadios históricos de la técnica industrial”14; estamos ante una formulación teórica, en la “que el orden espacial pasa a ser el orden de la sociedad”15; ante un modelo de ordenación viable para nuestra metrópoli.
Pero, no podemos concluir sin decir que es imperativo actualizar los documentos del planeamiento metropolitano; sin insisitir en la urgencia de la formulación de los instrumentos de la práctica concomitante del modelo ideal; ya que, como dice Gravagnuolo, los "fenómenos de degeneración del desarrollo urbano que (…) derivan predominantemente de la ineficacia de los planes y de las carencias (…) en el control de la expansión”16. Hace unos días, las autoridades locales lo han reconocido públicamente17. Así que, una vez que la legislación federal ha determinado la conveniencia de recuperar el modelo de ciudad compacta, que es perfectamente compatible con lo que se acaba de exponer, el desarrollo urbano debe replantearse a partir de la documentación del planeamiento en todas las escalas (regional, estructurante y operativa). En el cual es conveniente que racionalidad y sensibilidad se conjuguen en la protección de la escala de la vida ciudadana, el diseño del espacio público; en definitiva, que el desarrollo mismo sea escuela de civismo.
1. Aldo ROSSI, La arquitectura de la ciudad. Editorial Gustavo Gili, SL. Barcelona, 2015. Capítulo tercero. La individualidad de los hechos urbanos. La arquitectura, pág. 8, párr. 3
2. Cfr. Vittorio GREGOTTI, La Reppublica, 28.VII.1980
3. Cfr. Rocío GONZÁLEZ MAIZ, Desamortización y propiedad de las élites del noreste mexicano 1850-1870. Fondo Editorial de Nuevo León. Monterrey. 2011. Pág. 9, párr. 1
4. Luis CABRALES, La ciudad norteamericana: la fe en el futuro, en Ciudades del Globo al Satélite. Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (Electa, 1994). Pág. 5, párr. 4
5. Isidro VIZCAYA CANALES, Los orígenes de la industrialización de Monterrey. Una historia económica y social desde la caída del Segundo Imperio hasta el fin de la Revolución 1867-1920. Fondo Editorial Nuevo León-ITESM, 2006. Pág. 5, párr. 2
5. Isidro VIZCAYA CANALES, Los orígenes de la industrialización de Monterrey. Una historia económica y social desde la caída del Segundo Imperio hasta el fin de la Revolución 1867-1920. Fondo Editorial Nuevo León-ITESM, 2006. Pág. 5, párr. 2
6. Roberto GARCÍA ORTEGA, La conformación del Área Metropolitana de Monterrey y su problemática urbana. Monterrey, 1984. Pág. 105, párr. 1
7. Roberto GARCÍA ORTEGA, Asentamientos irregulares en Monterrey, 1970-2000, Divorcio entre planeación y gestión urbana. Revista Frontera Norte volumen 13, número especial 2. 2001. Pág. 121, párr. 4
8. Oscar BULNES VALERO y Helios ALBALATE OLARÍA, Plan Metropolitano de Monterrey 2000-2021. Monterrey, 2003. Pág. 5, párr. 5
9. Isidro VIZCAYA CANALES, Los orígenes de la industrialización de Monterrey. Una historia económica y social desde la caída del Segundo Imperio hasta el fin de la Revolución 1867-1920. Fondo Editorial Nuevo León-ITESM, 2006. Pág. 5, párr. 2
10. Panos MANTZIARAS, Rudolf Schwarz and the concept of “city-landscape”, en ETSAUN, Arquitectura, ciudad e ideología antiurbana, Pamplona, 2002. Pág. 32, párr. 5
11. Fernando GUTIÉRREZ MORENO y Rubén PESCI, Programa Estatal de Desarrollo Urbano Nuevo León 2030. Monterrey. 2012. Pág. 100, párr. 2
12. Michel DESVIGNE, El paisaje como condición previa. Paisea 023, La gran escala. Barcelona, 2012. Pág. 8-17)
13. Juan Luis DE LAS RIVAS SANZ, El paisaje como regla: el perfil ecológico de la planificación espacial. En María CASTRILLO ROMÓN y Jorge GONZÁLEZ-ARAGÓN CASTELLANOS (coordinadores). Planificación territorial y urbana, investigaciones recientes en México y España. Instituto Universitario de Urbanística-Universidad de Valladolid. Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco-División de Ciencias y Artes para el Diseño. Publidisa, 2006. Pág. 26, párr. 3
14. José María ORDEIG CORSINI, Diseño Urbano y pensamiento contemporáneo. Instituto Monsa de Ediciones, S. A., Barcelona, 2004. Pág. 302, párr. 213. Juan Luis DE LAS RIVAS SANZ, El paisaje como regla: el perfil ecológico de la planificación espacial. En María CASTRILLO ROMÓN y Jorge GONZÁLEZ-ARAGÓN CASTELLANOS (coordinadores). Planificación territorial y urbana, investigaciones recientes en México y España. Instituto Universitario de Urbanística-Universidad de Valladolid. Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco-División de Ciencias y Artes para el Diseño. Publidisa, 2006. Pág. 26, párr. 3
15. Aldo ROSSI, La arquitectura de la ciudad. Editorial Gustavo Gili, SL. Barcelona, 2015. Capítulo tercero. La individualidad de los hechos urbanos. La arquitectura, pág. 10, párr. 3
16. Benedetto GRAVAGNUOLO, Historia del Urbanismo en Europa 1750-1960. Ediciones Akal, S. A. Madrid, 1998. Pág. 7, párr. 4
17 . Cfr. El Norte. 09.09.2018, p.1 col. 1-2