JULIO 2018
En el artículo de METROPOLISREGIA de junio de 2018, se explicaba que la expansión casi exclusivamente unifamiliar del Área Metropolitana de Monterrey (AMM), además de ser disfuncional había roto el equilibrio medioambiental1. Conviene recordar al respecto, que la trascendencia de la actuación humana en el territorio es inevitable, para bien o para mal forma parte de la historia de la civilización. Por eso, como el Urbanismo tiene por objeto la ordenación de la ciudad y ésta facilitar las operaciones propias del hombre, se debería buscar para ella el modelo perfecto, al menos el idóneo. Así, en armonía consigo misma y con su entorno, la ciudad como manufactura colectiva sería “la cosa humana por excelencia”2, según la afortunada reflexión rossiana que habíamos citado en aquella ocasión.
A pesar que la argumentación anterior no fuera concluyente, que lo es (quizá tanto como este lugar inapropiado para demostrarlo), muy a menudo observamos que la ciudad se construye al margen del modelo previsto. Tal es el caso de este artículo de julio; si bien, al juzgar como negativo el resultado morfológico de Monterrey de los últimos cincuenta años, se asoma cierta contradicción. Pero, ¿cómo se podría aprobar la expansión excesiva y desarticulada de una metrópoli que acabó con el equilibrio medioambiental, aunque el modelo de ciudad monofuncional de vivienda unifamiliar aislada fuera considerado el ideal de la estructura social moderna? O, también, ¿cómo permitir ahora lo opuesto, la superposición de la ciudad multifuncional de los rascacielos a lo existente; si se materializa como vemos en grandes zonas urbanas congestionadas y anónimas? Admitirlo significaría que la práctica urbanística no conecta necesariamente con el modelo teórico, que el diseño urbano podría ser autónomo en el nivel operativo del planeamiento (Fig. 0718-01).
Sin embargo, atendiendo a lo anterior, que quizá sucede también en otras ciudades además de la nuestra; si sabemos por una parte que el marco legislativo general vigente para el desarrollo urbano del país ha cambiado recientemente, estableciendo la conveniencia de recuperar el modelo de ciudad compacta3; y, por otra, que es indispensable corregir la disfuncionalidad de Monterrey y restablecer el balance natural de la región, porque afectan la calidad de vida de sus habitantes; es urgente, por tanto, la adecuación del desarrollo urbano con el nuevo modelo de ciudad determinado por la ley; el cual, para implementarse se debería complementar con la documentación del planeamiento en las escalas regional, estructurante y operativa; que corresponde redactar a las autoridades estatal y municipales del AMM.
Pero, como anteriormente se comentó que las características del modelo idóneo del AMM se verían en el artículo de METROPOLISREGIA de agosto; para en éste tratar de fundamentar la apreciación general de desorden urbano de la ciudad existente, y responder así a las cuestiones que se acaba de plantear. Es conveniente, por ello, retomar el análisis del planeamiento metropolitano donde se había dejado en el artículo anterior, revisando ahora a partir de la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. Lo que se hará muy brevemente mediante valoraciones generales, debido a que fue objeto de un estudio más completo en otros artículos del año pasado, a los que referimos al lector. En los meses de junio y julio de 2017, con motivo del cincuenta aniversario de su publicación, se analizó el Plan Director de la Sub-Región Monterrey de 1967 Exápolis 2000 de Guillermo Cortés Melo, Helios Albalate Olaría y otros; y entre septiembre y noviembre, también el Plan Metropolitano de Desarrollo Urbano de Monterrey de 1988 de Roberto García Ortega, y el Plan Metropolitano 2000-2021 de Oscar Bulnes Valero y Helios Albalate Olaría.
LA DESOBEDIENCIA DEL PLANEAMIENTO Y LA FRACTURA MORFOLÓGICA DE LA METRÓPOLI
Como antecedente de tipo cultural que marcó a las grandes capitales del país con el desorden urbano, se puede mencionar el ambiente político y económico que a la mitad del siglo XIX era de corte más liberal, y por ello predispuesto a la desregulación, a dejar la responsabilidad de la configuración de la ciudad al arbitrio de la inversión pública y privada. La ausencia de regulación urbanística podía ser interpretada como una oportunidad, para impulsar más libremente el desarrollo económico nacional (y consecuentemente el beneficio colectivo); al que posteriormente se sumaría el proceso de industrialización, que en nuestro caso inició alrededor de 1890.
Solo que a partir de los años treinta del siglo pasado, la responsabilidad del desarrollo económico se separó en dos vertientes: las autoridades asumieron en exclusiva, como parte de su compromiso político y social, la realización de las infraestructuras fundamentales (comunicaciones, educativas, salud, etc.), dejando los demás campos a la iniciativa particular que siguió operando como antes bajo el sistema capitalista. Así, el crecimiento de las ciudades era considerado como otro componente del desarrollo económico nacional, que aportaba una parte sustancial del dinamismo en el llamado “milagro económico mexicano”. Las grandes ciudades crecieron rápidamente casi sin ninguna restricción urbanística, hasta que al final de los años setenta se introdujo la legislación federal del desarrollo urbano. Sin embargo, esta omisión tan larga como injustificada ha trascendido a casi todo el esfuerzo legislativo posterior, determinando los malos resultados morfológicos del desarrollo urbano.
No obstante, hablando ya específicamente de Monterrey, en casi todas las actuaciones de vivienda que rodearon el núcleo central de la ciudad, el sistema vial rectangular se adaptó al parcelario irregular de la finca, pero sin prever ni la consolidación del suelo circundante ni la adecuación del sistema ferroviario, por lo que la expansión fracturó el conjunto urbano como se observa en los planos de la ciudad de la mitad del siglo XX (Fig. 0718-01). La autonomía de la configuración refleja ciertamente la exuberancia y espontaneidad del dinamismo económico local, pero la extensión de fragmentos de tejido urbano más o menos aislados hasta las cabeceras de los municipios inmediatos, destruyó la continuidad espacial de la metrópoli, al mismo tiempo que desdibujaba la historia multipolar de la Región Periférica (RP).
Así que, si en los años sesenta Monterrey hubiera crecido normalmente, el mosaico irregular del suelo solo habría requerido del trabajo de sutura propio de una reconfiguración urbana, en vez de la previsión de un nuevo modelo para la metrópoli en cierne. Sin embargo, al final de esa década la información demográfica era alarmante, mostraba una tendencia de crecimiento tan insólita, que si se sostenía sería insuficiente concentrarse solo en el diseño operativo de los vacíos de la ciudad (Fig. 0718-02). Ésta, que entonces tenía un millón de habitantes, debía prepararse para una expansión vertiginosa; ya que terminaría el siglo con una población cinco veces mayor4.
Así que, al adoptar el planeamiento profesional para tratar de corregir el desarrollo previo, las autoridades de la ciudad no solo buscaron la ordenación de la metrópoli, sino evitar extender su impacto negativo en la región. Por eso, tomando como base las proyecciones estadísticas disponibles, el Plan Director del Plan Regulador de la Sub-Región Monterrey de 1967 (EXÁPOLIS 2000) determinaba la extensión de la ciudad central para alojar a la población futura y, a la vez, controlar el crecimiento de los núcleos periurbanos (Fig. 0718-03). Los redactores del Plan ponían atención especial en las principales variables de la ordenación urbana: en la congruencia geográfica y geométrica, pero sin descuidar la entraña social y antropológica del proyecto, en el que la proximidad de los equipamientos y la disponibilidad de las áreas verdes serían factores determinantes de la calidad de la vida urbana. Por ello, aseguraban que “solamente una planificación integral que tenga como fin último al hombre, al desarrollo de la persona en toda su complejidad social e individual, y que se integre a los vastos campos regionales y nacionales, es la que consideramos que puede plantear y resolver los interdependientes y complejos problemas urbanos”5.
En respuesta a las premisas de diseño, proponían la consolidación del suelo metropolitano en las cinco direcciones principales de la expansión histórica; con “un conjunto urbano principal [de 40,000 Ha para 5’200,000 habitantes] constituido por seis ciudades federación, y por seis ciudades menores ubicadas alrededor de éste, a distancias variables de 25 a 35 Km del centroide. Cada Ciudad Federación del conjunto central será prácticamente independiente de las demás en su funcionamiento, pues contará dentro de sí misma con todos los elementos para lograrlo”6.
Pero la geometría tentacular de la metrópoli no era arbitraria; ya que, además de conformarse con la configuración orográfica propia ofreciendo un modelo orgánico pero bien estructurado, impedía el crecimiento desordenado de la mancha urbana mediante la articulación de la expansión a las vías más importantes de comunicación radial (Fig. 0718-04). En cada una de las ciudades, la industria funcionaba separadamente; y el centro terciario, como estructura físico-funcional de los agrupamientos de vivienda, jerarquizados y rodeados de áreas verdes muy abundantes. Sin embargo, el Plan Director de 1967, que atajaba el dinamismo espontáneo del desarrollo urbano, fue desobedecido7.
Tampoco el siguiente, el Plan de Desarrollo Urbano del Área Metropolitana de Monterrey de 1988 consiguió el consenso del interés público con el privado, sino que fue abiertamente transgredido probablemente, advertía el redactor, por falta de “una bitácora sistematizada para darle seguimiento al cumplimiento de los programas y acciones previstas en el documento”8. Pero, poco tiempo después, la dificultad de la gestión del planeamiento aumentó considerablemente con la adscripción de México al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); así que, antes de trasponer el umbral del siglo XXI se añadía nueva pujanza al desarrollo económico regional; pero como los grandes desarrollos de industria y vivienda social en lugar de seguir el Plan se esparcieron en la periferia del AMM, se agravó la disfuncionalidad y el desequilibrio medioambiental de la región.
En medio de una expansión sin freno inducida por el TLCAN, la publicación del Plan Metropolitano de Monterrey 2000-2021 reaccionaba como los planes anteriores, proponiendo una configuración definida de la mancha urbana; solo que, alejando el límite de la ciudad hasta el Arco Vial Metropolitano, que comenzaba a atraer las nuevas actividades productivas de la metrópoli financiera y de servicios. Con esta previsión, se podía cubrir la insuficiencia funcional y aumentar la compacidad urbana en los vacíos que dejaba la industria. Por eso, los redactores explican que en el Plan “subsisten los objetivos de mejorar la calidad de vida de la población y crecer con orden. [Y,] considera la aplicación de un conjunto de estrategias para organizar y fomentar el crecimiento urbano en los baldíos inmediatos de la metrópoli, definiendo además otras áreas estratégicas para el desarrollo agropecuario, rural, de áreas verdes, de vivienda campestre y otros; [aparte de] otras que impulsen fuertemente a otras localidades importantes del Estado (…), así como (…) la densificación del primer cuadro del Área Metropolitana”9 (Fig. 0718-05).
No obstante la firme decisión de consolidar y densificar la ciudad existente, mirando al mismo tiempo por el ordenamiento territorial; el dinamismo económico seguía tan potente y espontáneo, que los redactores debieron advertir también del posible fracaso del Plan; de continuar el escenario tendencial, se “considera que no se podrán establecer políticas de orden y control urbano; por lo que el crecimiento se daría en forma dispersa sobre cualquier parte del territorio”10. Este último escenario es el que prevalece aun; ya que ha sido imposible consolidar el tejido urbano existente, así como tampoco controlar la expansión del AMM o descentralizar el desarrollo urbano del Estado. (Fig. 0718-01)
Como consecuencia, mientras que la región metropolitana de Monterrey acumula hoy la mayor parte del capital humano y sostiene el pulso económico del Estado, el resto del territorio se opaca y ve mermado su potencial de desarrollo; aunque, paradójicamente, se sigue desaprovechando la capacidad de las centralidades urbanas (Fig. 0718-06). En cualquier caso, casi ya al final del período de vigencia del Plan 2000-2021, la disfuncionalidad y el desbalance natural siguen aumentando. Y, como se argumentaba al comienzo de este artículo, o el modelo urbano no era el idóneo o ha cedido ante otros factores distintos.
No obstante, pensamos que la indisciplina del planeamiento experimentada por el AMM podría tener otra explicación. En efecto, por un lado se puede advertir que una vez superado cierto límite, el mal resultado morfológico era inevitable; la disfuncionalidad es inherente a la extensión excesiva, aislada y mal equipada; aunque, por otro, que para corregirla no basta como se defiende hoy con superar la monofuncionalidad e incrementar la densidad. Porque si se mira con más cuidado, independientemente de los límites propios de los diferentes modelos de ciudad, se descubre que el resultado defectuoso estaría en función de otro factor que determina la calidad de cualquier modelo, ya que a todo antepone el máximo beneficio económico.
Figura 0718-06. Evolución de la distribución de la población del Estado de Nuevo León, el AMM y la RP 1990-2015 |
Este factor de desorden, con el cual primero se habría especulado con el valor del suelo favoreciendo la dispersión, para lucrar después con la saturación de la ciudad, sería consecuencia de la mercantilización del desarrollo11. Ambos resultados defectuosos provienen de la búsqueda del mayor aprovechamiento de lo urbano que ha caracterizado a casi todas las promociones inmobiliarias de nuestra metrópoli. Así, este solo factor ha sido causa de la fragmentación y también de la congestión insipiente del centro de la ciudad, del ordenamiento discordante del territorio que ha dejado en evidencia la calidad y la gestión del planeamiento de Monterrey, con lo que se responde a las preguntas planteadas al comenzar este artículo.
Ahora bien, cuando por una parte, se observa que las expectativas económicas de las operaciones inmobiliarias se contraponen con las premisas de diseño que garantizan el equilibrio natural y la congruencia del modelo previsto por el planeamiento urbano; es decir, con la calidad de vida de la metrópoli -que aparte de indeclinable es señal del genuino interés público o privado12-; se corrobora también, que es tarea de las autoridades no solo revertir la inoperancia de las herramientas que rigen la práctica urbanística, sino valorar antes que nada las características del modelo en el que se sustentan. Se puede decir, en definitiva, que es tarea del marco legislativo prever que cada una de las actuaciones públicas o particulares salvaguarde la recuperación de los ecosistemas y asegure la ordenación territorial y urbana.
No obstante, como se puede deducir, que no es posible lograr todo esto solo con reglamentos y leyes; es indispensable que el modelo descrito en los textos se materialice, por así decirlo, en las actuaciones que construyen la ciudad. Por eso se comprende el rol tan fundamental que cumple la redacción del planeamiento urbanístico: la preparación de los documentos técnicos que describen las características de la ordenación urbana de cualquier ciudad. Entre ellos, los planos y croquis que las describen en las diferentes escalas de actuación (regional, estructurante y operativa), que son vinculantes para los programas y acciones del desarrollo regional y urbano. En el artículo de agosto analizaremos el soporte teórico de toda esta documentación en el caso de Monterrey.
1. Se ha considerado que después de cierto límite, la expansión unifamiliar es poco racional; y, como consecuencia, urbanísticamente disfuncional a la vez que obstáculo de la resiliencia del medio ambiente regional
2. Aldo ROSSI, La arquitectura de la ciudad. Editorial Gustavo Gili, SL, 2015. Capítulo tercero. La individualidad de los hechos urbanos. La arquitectura, pág. 8, párr. 4
3. En la Sesión de la Academia Nacional de Arquitectura, capítulo Monterrey, del pasado 13 de agosto, Gabriel Todd ha comentado que los temas relacionados con el espacio público, la movilidad y la adecuación del planeamiento con la legislación aparecen citados con mayor frecuencia que otros en la redacción de la legislación estatal aprobada en noviembre de 2017
4. La ciudad de Monterrey, que había alcanzado 500,000 habitantes en 1950 saltó a 1’642,000 en 1976 y a 2’148,000 en 1983; la concentración de la población del Estado en la metrópoli aumentó de 64% a 80% en ese período. Por otra parte, la superficie urbanizada pasó de 4,000 Ha en 1950 a 30,910 Ha en 1983, con lo que la densidad, de cerca de 125 hab/Ha disminuyó casi la mitad a 70 hab/Ha, debilitando todavía más la funcionalidad y la cohesión del tejido urbano. No obstante, la dispersión ha seguido agravando la disfuncionalidad de la ciudad: en el año 2000 la densidad se redujo a 60 hab/Ha, los 3’374,400 habitantes de la metrópoli se distribuyeron en 55,882 Ha, y en 2010 a tan solo 49 hab/Ha, los 4’165,500 habitantes ocuparon 85,184 Ha
5 . Plan Director de la Subregión Monterrey, Imprenta y Editorial Plata, S. A. Monterrey, 1967. Pág. 3, párr. 4
6. Ibídem. Pág. 63, párr. 2 y 3
7. “A causa de la difícil conciliación con el modelo liberal urbano“. Roberto GARCÍA ORTEGA, La conformación del Área Metropolitana de Monterrey y su problemática urbana. Monterrey, 1984. Pág. 105, párr. 1
8. Roberto GARCÍA ORTEGA, Asentamientos irregulares en Monterrey, 1970-2000, Divorcio entre planeación y gestión urbana. Revista Frontera Norte volumen 13, número especial 2. 2001. Pág. 121, párr. 4
9. Plan Metropolitano de Monterrey 2000-2021. Desarrollo Urbano de la Zona Conurbada de Monterrey. Oscar Bulnes Valero y Helios Albalate Olaría, Monterrey, 2003. Pág. 5, párr. 5
10. Ibídem. Pág. 5, párr. 5
11. Vittorio GREGOTTI se expresaba con términos semejantes en un artículo del día 28.VII.1980 del periódico La Reppublica, Roma 1980, cuando se refería al diseño urbano que privilegia el resultado económico
12. “La disponibilidad de instrumentos para dominar la naturaleza invita a no respetar el medio ambiente, hasta el punto de que gran parte de la superficie terrestre se ha convertido en un basurero, con consecuencias irreversibles. Los medios tecnológicos, pensados inicialmente para intervenir más sabiamente en el aprovechamiento de los recursos naturales, se han emancipado y están conduciendo a destruir esos recursos tan limitados”. Alejandro LLANO, La vida lograda. Editorial Planeta, Barcelona, 2017. Pág. 45, párr. 4 a pág. 46, párr. 1