FEBRERO 2017
Las propuestas que presentó METROPOLISREGIA.COM | ENERO 2017 fueron preparadas al final del año pasado por dos miembros de la Sociedad de Urbanismo Región Monterrey, A. C. (SURMAC), pero se pueden poner en relación con el proceso de crecimiento poco planificado que tuvo Monterrey desde finales del siglo XIX. Aquí se dijo de ellas que aportaban soluciones a algunos de los problemas del planeamiento regiomontano actual: a la falta de atención de los condicionantes hidrográficos, que se ha extendido a otros elementos de la geografía, y a la falta de definición del proyecto físico del Centro Histórico y en general del tejido metropolitano. En sus respectivas exposiciones, los proyectistas concluían por un lado la conveniencia de rehabilitar los cauces hidrográficos del área conurbada (propuesta de Valentín Martínez Cuellar), y por el otro la urgencia de la revitalización del distrito de la Calzada Madero incorporando vivienda plurifamiliar (propuesta de Guillermo Cortés Melo).
Corresponde ahora profundizar en las ideas de Martínez Cuellar quien, aparte de reiterar que los condicionantes geográficos del territorio debieran considerarse como un prerrequisito del planeamiento urbano, cuestionaba la dotación insuficiente y desordenada de los espacios públicos verdes de la zona metropolitana. Porque del análisis de la cartografía primitiva de la ciudad se puede concluir que no fue así siempre, sino que al final del siglo XIX se modificaron algunos criterios del planeamiento aprobado por las autoridades que condujeron al desorden urbanístico que tenemos hoy.
Para comprobarlo, en primer lugar serán analizados algunos rasgos de la conformidad geográfica con la que se configuró la ciudad antigua, que serán luego contrastados con los que se derivaron del crecimiento poco planificado de la ciudad desde finales del siglo XIX; y, finalmente, se presentará algunos aspectos de la teoría y de la práctica actual, que defiende la correlación entre las diferentes escalas del planeamiento urbano, tal y como propone el proyecto de Martínez Cuellar y como debiera considerarse en el planeamiento metropolitano de Monterrey.
No obstante, dado que la amplitud de estos temas no puede ser condensada tanto que desmerezca la profundidad con la que debe analizarse la regeneración de la conurbación desde esta plataforma, serán estudiados en tres publicaciones consecutivas de METROPOLISREGIA.COM de 2017. En el mes de febrero trataremos algunos aspectos morfogenéticos relevantes de la ciudad hasta la segunda mitad del siglo XIX. La publicación del mes de marzo abordará las causas del desorden urbanístico y del desarrollo extensivo desmesurado que ha tenido la ciudad, dejando para la del mes de abril el análisis de las condiciones de la regeneración metropolitana.
LA CONFIGURACIÓN DE LA CIUDAD DE MONTERREY HASTA FINALES DEL SIGLO XIX
Aunque la documentación gráfica del asentamiento primitivo de Monterrey es insuficiente1, la información escrita aclara que la fundación de la ciudad se hizo junto a la ribera norte del arroyo que formaban varios ojos de agua muy abundantes, que se denominaron de Santa Lucía2. Pero como la hondonada del emplazamiento primitivo se inundaba frecuentemente durante los períodos de lluvias torrenciales, después de las que destruyeron la población a principios del siglo XVII, se trasladó a un lugar más alto y seguro al sur entre el arroyo de Santa Lucía y el río Santa Catarina, que es el que conserva hoy el centro histórico de la ciudad3. En uno de los documentos gráficos de la segunda mitad del siglo XVIII ya se dibujaba la ciudad en ese lugar; aunque era todavía una población muy pequeña acotada holgadamente por el arroyo y el río en torno a la plaza mayor, la Plaza Zaragoza (Fig. 0217-1). En el plano se distinguían principalmente los edificios públicos necesarios para el funcionamiento de una ciudad de nueva fundación del ámbito novohispano: la Casa del Gobernador y las casas reales, la iglesia parroquial y el convento.
Pero en los planos sucesivos se observa la consolidación de la población dentro del ámbito hidrográfico propio, así como la utilización funcional y recreativa del arroyo, que son los aspectos que dieron la clave de la conformación geográfica de la ciudad histórica y los que vamos a estudiar.
Al final del siglo XVIII el asentamiento había crecido sobre todo hacia el poniente y el norte, como se puede ver en el Plano de la Ciudad de 1791 (Fig. 0217-2), preparado por Cristóbal Bellido y Fajardo que era uno de los frailes del convento de San Francisco de San Andrés. El documento es interesante porque ofrecía una descripción sucinta de los principales condicionantes orográficos e hidrográficos del emplazamiento: conformando el marco geográfico se dibujaba el Cerro de la Silla y la Sierra Madre más allá del río Santa Catarina, el arroyo con los ojos de agua de Santa Lucía y las acequias que abastecían la ciudad y sus alrededores hasta la loma de la Vera (cerro del Obispado) y los manantiales del cerro del Topo Chico. Aunque también porque se esmeraba en la representación de las edificaciones públicas y privadas existentes diferenciando su calidad y la insipiente consolidación del tejido reticular, así como de la rudimentaria infraestructura de circulaciones que enfrentaba las dificultades topográficas de la hondonada del arroyo; todo esto cuando la ciudad no necesitaba salir todavía del acotamiento hidrográfico propio4.
Sin embargo, al revisar el Plano de la Ciudad de Monterrey (Fig. 0217-3) que dibujó Juan Crouset en 1798 se observan algunas intervenciones significativas, que aparte de sistematizar el aprovechamiento agrícola y recreativo del caudal del arroyo, permitían la expansión interconectada de la ciudad antigua. Se habían construido dos represas en el cauce (Presa de Nuestra Señora de Guadalupe en la calle Escobedo, y Presa de la Inmaculada Concepción en la calle Diego de Montemayor), que además de proteger de las crecidas y servir como reserva para el riego, se utilizaban como puentes para facilitar la expansión de la población hacia el Norte. Pero aparte de esto, Crouset dejaba muy bien delimitado un espacio público alargado arbolando las márgenes del arroyo, tal como lo planeaban –cabe decir que con mayor formalidad- otras ciudades influidas por el Urbanismo de la Ilustración.
Dos documentos posteriores a la Independencia de México –uno literario y otro cartográfico- confirmaron no solo la existencia del modesto paseo arbolado junto al Puente de la Inmaculada, sino de su configuración como parque público en el corazón del Monterrey del siglo XIX. Por una parte se publicó la atractiva descripción de Manuel Payno de 1844, diciendo que el Ojo de Agua de Monterrey era “un manantial de agua clarísima, situado en un extremo de la ciudad y rodeado de árboles, de plantas y de flores, pero que crecen con tal exuberancia y fertilidad, que casi se entretejen con otras, formando materialmente una alfombra de flores y un toldo de verduras”5. Y por la otra el Plano de Monterrey y sus Ejidos (Fig. 0217-4) trazado por Isidoro Epstein en 18656, en el que se observaba una generosa expansión perfectamente reticular del tejido primitivo, previendo el desdoblamiento del núcleo histórico de la ciudad fuera del ámbito hidrográfico natural, que además del parque incorporaba en el entramado una gran alameda al noroeste del arroyo Santa Lucía.
Pero aquí se quiere subrayar ante todo, la extensión que Epstein hacía del paseo arbolado de Crouset configurando un parque alargado e irregular a lo largo del cauce del arroyo de Santa Lucia, que abarcaba una superficie mucho mayor que la del paseo. Así que, además de dotar abundantemente a la ciudad de espacios verdes de uso público para esparcimiento de la creciente población urbana, el entramado de las calles alrededor del parque, sin interrumpir la continuidad del viario, reconocía la importancia de asimilar los condicionantes hidrográficos en el proyecto de expansión de la ciudad. Si el paseo de Crouset cubría el espacio de cuatro manzanas aproximadamente, Epstein destinaba alrededor de veinticuatro para la conformación del parque púbico: el espacio contenido entre las calles de Quince de Mayo al Norte y Allende al Sur, y Diego de Montemayor al Oriente y Cuauhtémoc al Poniente.
Pero además del parque y de la gran alameda, el dibujo respetaba otros elementos que había previsto Crouset para la Nueva Ciudad de Monterrey (1796)7, de la que hablaremos en marzo: la plaza frente al hospital que es hoy el edificio del Colegio Civil, la plaza que después de la intervención francesa se denominará Plaza del Cinco de Mayo, de la que se destinó la mitad para la edificación del Palacio del Gobierno del Estado, etc.
Ahora bien, sin dejar el plan reticular de la expansión de Monterrey preparado cuando la ciudad se convirtió en la sede de la presidencia trashumante de Juárez8, a partir de la Restauración de la República y sobre todo del Porfiriato, el interés de las autoridades privilegió una agenda imbuida cada vez más por las expresiones de lo que el libro de Juan Manuel Casas y Claudia Murillo ha denominado cientifismo decimonónico9. Quizá por eso la gestión pública, controlada férreamente desde la instancia central y secundada por la iniciativa privada local, revisó los planes de expansión privilegiando los equipamientos educativos y sanitarios, los proyectos de la ciudad representativa y el desarrollo comercial e industrial. Así que, en los planos de la ciudad de 1894 y 1901 (Fig. 0117-7 y 0217-5), había desaparecido el parque urbano de Epstein y el arroyo había sido canalizado; pero se había incorporado en la estructura ortogonal el trazado de los ejes principales de la ciudad porfiriana: la Calzada del Progreso (Pino Suarez) y la Calzada de la Unión (Madero). Además, la mitad de los espacios verdes públicos se había sacrificado para la edificación de la Penitenciaría y del Palacio de Gobierno.
Pero es fundamental destacar que en estos dos planos de Monterrey (1894 y 1901) se había determinado la Avenida Colón como el límite a la extensión reticular, abriendo al Norte de ella el desarrollo de la ciudad industrial sin planeamiento, en la que las vías del ferrocarril habían fracturado el parcelario preexistente; y en el que, como se explicó en la publicación de enero, se había autorizado ya el desarrollo de la primera urbanización unifamiliar aislada del tejido residencial, el Repueble de Bella Vista, olvidando las condiciones de racionalidad del crecimiento planificado. Pero estos aspectos del planeamiento regiomontano corresponde estudiarlos a la siguiente publicación.