OCTUBRE 2017
En los artículos de agosto y septiembre, se ha expuesto las características del diseño urbano que podría derivarse de la Exposición de Motivos de la Iniciativa de la Ley de Asentamientos Humanos y Desarrollo Urbano para el Estado de Nuevo León. Al respecto, conviene recordar que deberá resolver el desorden de la conurbación actual; no solo por lo que toca al control del crecimiento de tipo extensivo que viene aumentando irracionalmente la superficie edificada, sino por la necesidad de dotar a la metrópoli de una estructura equipamental y de servicios con “lógica de proximidad”, semejante a la que perdió por la privatización de las propiedades municipales que determinaron las leyes de la desamortización al final del siglo XIX, según se ha podido documentar anteriormente.
Como se explicaba en esas publicaciones, la “revisión de la legislación actual debería no solo replantear las condiciones funcionales con las compatibilidades y la densidad edificatoria más convenientes, sino rescatar las otras condiciones morfológicas que históricamente han distinguido a la ciudad (...). Es indispensable por tanto asegurar la preservación del medio ambiente, sujetando el diseño urbano a los condicionantes territoriales. No lo es menos, recuperar el equilibrio físico en el conjunto urbano: proyectando una estructura de movilidad que vincule adecuadamente todos los tejidos, e insertar en ellos espacios destinados exclusivamente a los equipamientos sociales y las áreas verdes públicas, que sean determinados en proporción con la población. Finalmente, es necesario abordar, con razonable flexibilidad, la especificación de las características de volumen y forma de la ciudad”1.
Por tanto, conforme al plan establecido el mes pasado, corresponde a este artículo de octubre de METROPOLISREGIA revisar, bajo las condiciones apuntadas, el desarrollo metropolitano posterior a la publicación del Plan Director de 1967 hasta finalizar el siglo XX.
LA CONFIGURACIÓN DEL ÁREA METROPOLITANA DE MONTERREY (AMM) 1970-2000
La conveniencia de recuperar esa “lógica de proximidad” que señala la Exposición de Motivos, no es una idea nueva para el desarrollo urbano de Monterrey; sino que ya había quedado plasmada en la estructura funcional y representativa del proyecto de Exápolis 2000, que diseñaron los arquitectos Cortés Melo, Albalate y Leal en el Plan Director de 1967.
Como consecuencia, el estudio del desarrollo urbano del período que se inicia al final de la década de 1960 y termina el año 2000, se puede documentar en tres planos; dos de ellos corresponden al proyecto de Exápolis 2000 y el otro a su revisión del comienzo de este siglo. El primero dibuja la ciudad existente con las actuaciones urbanas aprobadas que se estaban desarrollando, el Plano del Área Metropolitana de Monterrey de 1967 (Fig. 1017-01); el cual, por una parte, deberá compararse con el segundo plano, el propio modelo urbano del Plan Director (Fig. 1017-02); y, por otra, con el desarrollo real de la ciudad durante el período que estamos analizando, que se puede ver en el tercer plano; el Plano 34, Estructura Urbana Actual, del Plan Metropolitano 2000-2021 (Fig. 1017-3).
En el plano del AMM de 1967 (Fig. 1017-01), se destacan las actuaciones de vivienda que habían sido aprobadas desde el principio de la década; la cuales, junto con la instalación de nuevas industrias, acumulaban la dispersión urbana principalmente en las direcciones radiales. Sin embargo, se observa que la expansión urbana estaba ya fuera de control. Si, en 1950 el AMM había alcanzado medio millón de habitantes, que se concentraban en las 4,000 hectáreas del núcleo de la ciudad; es decir, que tenía una densidad bruta de 125 hab/Ha, entre 25 y 30 viv/Ha; después de la publicación del Plan Director, el censo de la población registraba un aumento de más dos y media veces, pero el área urbana de más de cuatro. En 1970 la metrópoli tenía “1.3 millones de habitantes, y cubría una superficie aproximada de 17 mil 300 hectáreas”2. Como consecuencia de esa expansión tan desproporcionada, la densidad bruta había descendido a 72 hab/Ha, menos de 20 viv/Ha.
Esta dispersión, que incluía el aumento de los asentamientos irregulares, había adquirido muy pocas de las características de las ciudades del Sunbelt norteamericano3, que aunque contaban con densidades semejantes, tenían infraestructuras y niveles de desarrollo muy superiores a los que Monterrey podía aspirar4. Por eso, se justificaba la aplicación de medidas extraordinarias que aseguraran una gestión más ordenada del crecimiento; sobre todo, si se considera que a la magnitud de la expansión de esos veinte años, se había sumado la disgregación del tejido industrial, y la falta de una estructura de servicios y de circulaciones que facilitara la organización de la vida urbana, específicamente en lo que concierne a la educación y el transporte público.
El Plan Director de la Sub-Región Monterrey de 1967 (Fig. 1017-02), que trataba de dar respuesta a todos estos problemas proyectando el crecimiento hasta el año 2000, fue el primer documento que concretó el diseño ideal de la metrópoli regiomontana. Según los redactores, al terminar el siglo, aunque la población siguiera aumentando hasta cinco millones de habitantes, la superficie urbana alcanzaría solo 40,000 Ha; una densidad de 125 hab/Ha, entre 25 y 30 viv/Ha equivalente a la que se tenía en 1950. Pero, para conseguirlo, el proyecto aplicaría ciertas restricciones a la expansión de la mancha urbana, con un modelo geométrico repetitivo que ordenaría el crecimiento en las direcciones radiales más importantes, confinando las áreas edificables entre los principales condicionantes territoriales.
Por eso, el diseño del Plan Director configuraba de cinco ciudades independientes alrededor del núcleo existente. Además, en cada una de ellas estarían separadas y claramente delimitadas las zonas destinadas a la producción industrial y al tejido residencial. Éste, por su parte, estaría conformado por grupos de “ciudades óptimas”, constituidas a su vez por unidades de barrio; tanto los grupos como los barrios, quedarían firmemente estructurados por franjas que conjuntaban los espacios verdes con los equipamientos colectivos y las funciones administrativas. Asimismo, aparte del modelo geométrico, llamaba la atención la configuración orgánica de los grupos. Dado que el proceso de edificación estaría condicionado por la configuración completa de cada “ciudad óptima”, el programa de actuación aseguraría el control morfológico del plan, la extensión de la estructura terciaria y las previsiones equipamentales.
No obstante, era evidente que para controlar el fenómeno de dispersión, inducido por una polarización hacia un modelo de inversión poco regulado, se requería de un enorme esfuerzo de gestión y no se pudo concretar. No solo hacía falta desarrollar las infraestructuras de servicios necesarias para garantizar la operatividad del modelo, lo que requería de la coordinación de los intereses y programas de las grandes entidades paraestatales de servicios; sino que, además, la delimitación de los componentes urbanos determinada por el Plan Director, condicionaba las oportunidades de la propiedad particular; y, dependía, por tanto, de un proceso de consolidación que nunca llegaría a concertarse.
El fracaso de la implementación del Plan Director de 1967, supuso continuar con la expansión caótica, que documenta otro plano de la ciudad construida: el Plano 34, Estructura Urbana Actual, del Plan Metropolitano 2000-2021 (Fig. 1017-03). Los datos que arroja el crecimiento real de la conurbación al principio del siglo son contrastantes. Por una parte, la desaceleración económica del país y la región se reflejó en un incremento de la población del AMM menor al previsto; pero, por la otra, la asimetría con la superficie edificada fue considerable. “En 2000, según el Instituto Nacional de Estadística, la población del AMM es de 3 millones 236 mil habitantes y ocupa una superficie urbana total aproximada de 55 mil 803 hectáreas a razón de 58 habitantes por hectárea”5, alrededor de 15 viv/Ha. Es decir, que sin importar la desaceleración del aumento de población, el patrón de desarrollo extensivo que tenía la ciudad desde la industrialización del siglo XIX no se había detenido, sino que había aumentado; quizá, porque parecía asegurar una mayor eficacia económica, pero a costa de hipotecar una superficie cada vez mayor del territorio, comprometiendo no solo el equilibrio medioambiental sino la funcional del AMM.
A pesar que los documentos de planificación metropolitana tenían plena vigencia, la dispersión detectada al final de los años sesenta se había afianzado, como se deduce de la comparación de los planos de Exápolis 2000 y de la Estructura Urbana Actual del Plan Metropolitano 2000-2021. Si los accidentes orográficos determinaban todavía la morfología tentacular del AMM en las direcciones Noroeste, Sur y Sureste, la urbanización de las zonas con mayor dificultad topográfica parecía inminente; no solo en la base los cerros de la Silla y del Topo, sino en las faldas de la Sierra Madre, y en el cerro de las Mitras. Muy poco se había logrado para la preservación de los cauces fluviales que cruzaban la zona conurbana, y para las pocas zonas verdes naturales que quedaban en el árido paisaje urbano; sin embargo, parecía indispensable asegurar por lo menos la integridad del Parque Nacional Cumbres de Monterrey y el Cañón de Huajuco, que comenzaban a ser amenazadas también por la expansión irracional.
Aunque la mancha urbana había alcanzado el Anillo Metropolitano en algunas partes, quedaban todavía muchas zonas libres que, como veremos en el artículo de noviembre, constituían la siguiente frontera para la ordenación del territorio. Igualmente, se tendría que equilibrar la estructura de circulaciones: el sistema radial había reforzado muy desordenadamente, sin desarrollar suficientemente la interconexión transversal. Los establecimientos industriales también se habían multiplicado, sobre todo hacia el Noreste -donde se había localizado el nuevo aeropuerto-, y al Norte y el Noroeste junto al Anillo Metropolitano. Esta vía tenía una posición estratégica para la reconfiguración productiva del AMM.
El tejido residencial, que debía ser la materia prima de la calidad urbanística de una metrópoli moderna, estaba todavía más descuidado, en nada se asemejaba a la esmerada geometría orgánica de las “ciudades óptimas” del Plan Director de 1967. Fracturado y amorfo, estaba configurado por bolsas muy mal comunicadas y deficientes de equipamiento urbano. Si acaso, algunas de ellas tendían a reproducir el “nuevo urbanismo” que había descrito Koolhaas unos años antes. “Si tiene que haber un “nuevo urbanismo” (…) ya no aspirará a configuraciones estables, sino a la creación de campos de posibilidades que acomoden procesos y rechacen cristalizar en formas definitivas”6. Más que a un ideal geométrico, el planeamiento metropolitano parecía prepararse para responder a las oportunidades de un mercado globalizado.
En el siguiente artículo, que se concentra en las dos décadas del presente siglo, se completará el ciclo que analiza el planeamiento urbano del AMM que está siendo revisado por la Iniciativa de la Ley de Asentamientos Humanos y Desarrollo Urbano para el Estado de Nuevo León.
1. METROPOLISREGIA.COM | SEPTIEMBRE 2017
2. Se trata de la franja del territorio norteamericano comprendida entre el paralelo 37 y la frontera mexicana
3. “Los Ángeles, por ejemplo, necesita siete veces más suelo que Brooklyn para albergar al mismo número de habitantes”. GARCÍA VÁZQUEZ, Carlos. Antípolis. El desvanecimiento de lo urbano en el Cinturón del Sol. Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2011. Pág. 13, párr. 3
4. GARCÍA ORTEGA, Roberto. Asentamiento irregulares en Monterrey, 1970-2000, Divorcio entre planeación y gestión urbana. Revista Frontera Norte, volumen 13, número especial 2. 2000. Pág. 123, párr. 2
6. KOOLHAAS, Rem y MAU, Bruce, What ever Happened to Urbanism, en S, M, L, XL. 010 Publishers, Roterdam, 1995. Pág. 969