Crecimiento inducido II

Al mismo tiempo que la expansión de la ciudad había sido inducida hacia el norte, continuaba su crecimiento en el sentido oriente poniente de forma más natural, alineada al cauce del río Santa Catarina; al poniente más allá de la trama reticular de Epstein, hasta los alrededores de la Loma de Chepe Vera, en busca de espacio más abierto y de mejores condiciones climatológicas. Ahí se experimentaron en Monterrey los nuevos modelos urbanos, diferentes de los aprovechamientos de trama mediterráneos, y más parecidos a los de las ‘ciudades jardín’ anglosajonas y suburbios norteamericanos, o a las adaptaciones de esos modelos surgidas en Europa Continental. Tampoco eran del todo extrañas a nuestra tradición cultural, porque arraigaban en los ideales de la arquitectura renacentista. Algunas ‘villas’ subsisten en dirección de lo que alguna vez se llamara el ‘Country Club’ en la base nororiental de la mencionada Loma que hoy conocemos como el Cerro del Obispado.

Lámina 102. Plano de Monterrey de 1930. La ciudad rebasa la trama de Epstein aprovechando los espacios entre las industrias. La red ferroviaria que sirve a las industrias, desordena el trazo y el tejido urbanos. La ciudad contaba en ese año con algo más de 135,000 habitantes.
En el extremo opuesto de la ciudad, en la base del Cerro de la Silla, inmediata a los límites territoriales de Monterrey; se encontraba una fértil vega de poco más de mil metros de ancho, que se alarga casi 15 kilómetros hasta la confluencia de los ríos Santa Catarina y La Silla, ahí se había fundado, a causa de la permanente insubordinación y levantamientos de los naturales de la región, un ‘pueblo de indios’ en apoyo a la pacificación y colonización del nuevo reino. Se trata de la actual ciudad Guadalupe. Desde entonces alojaba en forma creciente, una buena parte de la fuerza laboral de la ciudad.
Hacia el poniente del casco de Guadalupe, cruzando el río Santa Catarina se tenía acceso a las zonas exteriores de los ‘Ejidos’ de Monterrey, que desde finales del siglo XIX se transformaron en florecientes zonas industriales. La antigua villa de Guadalupe se extiende en esa dirección, acercándose a centro de la ciudad. Ésta, a su vez hacía tiempo que lo había hecho, sin necesidad de seguir la trama de Epstein, prefiriendo siempre la dirección del curso del cauce del río Santa Lucía, hacia la inflexión de la ribera del río Santa Catarina, que se genera por la proximidad el cerro de La Silla.
Con el crecimiento de la ciudad en la trama del ensanche y el proceso de desamortización se propicia la segregación natural de las funciones industriales y las propiamente urbanas. Aunque a pesar de que la saturación de la trama interior no se hubiera conseguido, se inician nuevos desarrollos de vivienda entre los grandes predios industriales, y más allá de ellos comienzan a establecerse, presentándose de forma temprana el fenómeno de los suburbios.

Lámina 103. La ampliación del asentamiento urbano se acentúa hacia el oriente, sobre todo en los alrededores de las industrias de la ciudad como Fundidora, Cervecería Cuauhtémoc y Cementos Mexicanos. Aparece delimitado el límite norte (Ruiz Cortines) y oriente (Churubusco) de los ejidos y la previsión de la Colonia Moderna y de la carretera a Roma Texas.
La otra segregación, la natural, de carácter orográfico, marcada por el cauce, casi siempre transitable, del río Santa Catarina, que junto con la altura y aridez de la Loma Larga obstruyeron hasta mediados del siglo pasado la expansión franca hacia el sur. Pero al suroeste, a los pies de la majestad de la Sierra Madre Oriental, la idílica atracción de las ‘nogaleras’ y acequias de San Pedro, habían hecho irresistible franquearlo en el amplio recodo a los pies del cerro de Las Mitras en la confluencia del arroyo del Capitán, aún a riesgo de la intermitente incomunicación que las avenidas extraordinarias provocaban durante la estación de lluvias. Huertas y fincas de descanso fueron poblando la vecindad del asentamiento de San Pedro y su rústica trama de callejones, que hoy se conserva parcialmente y podría preservarse adecuadamente.
Lámina 104. La colonia Obispado hacia
 la década de los 40.
Con la estabilidad recuperada en el país, similar a la de los años finales del Porfiriato, y superada la Gran Depresión norteamericana, regresan el desarrollo y la prosperidad; son la iniciativa local aunada al crecimiento comercialmente demandante del vecino del norte, los que proveen el capital, talento y esfuerzo social necesarios para el despegue industrial y comercial que transformó la ciudad.1 Hacia el punto medio de la primera mitad del siglo XX se consolida esta posición, que luego se potencia por el impulso regional de las actividades económicas, sobre todo manufactureras, que supuso la II Guerra Mundial. La ciudad colma hasta los límites la trama reticular de Epstein, cuyo perímetro, también había sido ya desbordado, sin geometría prevista, por la multiplicación de instalaciones industriales y de suburbios de vivienda. Las direcciones del crecimiento han sido señaladas por el sentido del cauce del rio y por las salidas hacia el norte de la ciudad a las que se une la sureste, hacia el Cañón del Huajuco, entre el Cerro de la Silla y la Sierra Madre.

Antecedentes del Plano Regulador de 1950-1980 se presentan con mayor frecuencia a partir del plan de canalización del Río Santa Catarina en 1941, y la Comisión de Planeación trabaja de 1947 a 1950 en la elaboración del plano regulador que informa que la ciudad tiene 265,000 habitantes y 3,455 has., establece el primer plan de zonificación para la ciudad, con 110 habitantes por hectárea y la división de la misma en barrios de 5,000 habitantes, plantea vialidades, escuelas de educación primaria y áreas recreativas para cada barrio. También propone reglamentos y una comisión autónoma de vigilancia, facultad que se reservaba el ejecutivo estatal. Elabora también un plano regional de la zona de influencia de 14,400 km2, que establece entre otras cosas, las zonas agrícolas que garantizarían el 75% de la demanda alimenticia del estado.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, superando centralismos y regionalismos la ciudad por méritos propios adquiere el reconocimiento de capital industrial del país, papel que desempeña sin cuestionamientos hasta la secuencia de las crisis del petróleo de los años 70; durante ellas se presenta el cambio generacional interno, y también el desdoblamiento de la unidad monolítica de sus grupos industriales.

Lámina 105. Cuidad de Monterrey. Núcleo central. 1. Zona prevista para el Repueble de la ciudad desde su fundación. 2. Zona prevista como Ejido. 3. Río Santa Catarina. 4. Cauce soterrado del río Santa Lucía. 5. Centro de la ciudad. 6. Alameda. 7. El Obispado. 8. Avenida Pino Suárez. 9. Avenida Fco. I Madero. 10. Ciudad Guadalupe. 11. Río La Silla. 12. Arroyo El Capitán. 13. Loma Larga. 14. Parque Fundidora. 15. Calle Fray Servando Teresa de Mier. 16. Avenida Félix U. Gómez. 17. Avenida Venustiano Carranza. 18. Avenida Dr. José E. González. 19. Avenida Adolfo Ruiz Cortines. 20 Avenida Churubusco. 21. Avenida Nueva Independencia.

El crecimiento del núcleo urbano central desborda ya, incontenible, la franja industrial y se desarrolla sin acotamiento ni previsión, asumiendo primero la característica forma de amiba, para después alargar sus protuberancias de manera tentacular hacia las cabeceras municipales vecinas.
Surge el planeamiento metropolitano formal, que intenta sin éxito modelar anticipadamente la conurbación, como la palma de una mano, a la que por analogía, denomina como Exápolis 2000.

Lámina 106. Vista de la ciudad de Monterrey.
(Foto de Librado Jesús Treviño Infante)
Zonifica los corredores edificados que conectaban los cinco centros urbanos satélites de los municipios colindantes con centro urbano nuclear inicial de la ciudad de Monterrey. De nuevo las previsiones se quedan cortas y nuevos ajustes a las zonificaciones y reglamentos debieron ser previstos.2 Paradigma efímero, porque pronto la ciudad central y los núcleo periféricos se expanden de manera informe en todas direcciones, ocupando todos los espacios interdactilares del territorio metropolitano, diseminando las funciones urbanas, al ritmo que imponían las condiciones nunca saciadas del mercado. Urbanizando incluso ladera de las bellísimas montañas que la rodean, hasta que, cuando la destrucción estaba ya avanzada, algunas limitantes y regulaciones fueron impuestas, en medio de la aparición del desacuerdo social.

Lámina 107. Crecimiento de zonas habitaciones en las laderas de las montañas.


[1] ‘… el ingreso en la era industrial, la brutalidad con la que ésta pasa a dividir la historia de las sociedades y de su entorno, el ‘’nunca más como antes’’ que esto implica constituyen uno de los orígenes del romanticismo… El mundo consumado del pasado ha perdido su continuidad y la homogeneidad que le confería la permanencia del quehacer manual de los hombres… Un pasado que deja de pertenecer a la continuidad del devenir y que no será desarrollado por ningún presente ni por ningún futuro. Choay, Françoise, Alegoría del Patrimonio, Editorial Gustavo Gili, SL, Barcelona, 2007. Pág. 120, párr. 5 y Pág. 121, párr. 3.
[2] ‘La discontinuidad ha sido otro elemento característico de la planeación en nuestro país. La sucesión de planes de desarrollo urbano no ejecutados –sus revisiones constantes, las obras planeadas no realizadas, o las ejecutadas no planeadas, cuya prioridad se modifica o quedan inconclusas, o los cambios repentinos de rumbo en la política global y urbana evidencian esta discontinuidad, y generan nuevas contradicciones y problemas’. García Castañeda, Paul, Estado, Planeación y Territorio en México, en Castrillo Romón, María A, y González-Aragón Castellanos, Jorge (coordinadores), Planificación Territorial y Urbana, Investigaciones recientes en México y España, Universidad de Valladolid, Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial (etc.) 2006. Pág 52, párr. 3.

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