Durante las primeras semanas de julio la repetición en los medios de las dramáticas imágenes de destrucción, causada en el noreste de México por el huracán ‘Alex’, escapó a cualquier posibilidad de control; sin embargo, no consiguió agotar la percepción colectiva de desconcierto. Una vez más, aunque el área metropolitana de Monterrey confiaba que la inversión en la Presa Rompepicos, evitaría que se repitieran de nuevo las históricas y recurrentes catástrofes provocadas por las lluvias, se hizo presente, amortiguando los demás sonidos, el peculiar estruendo del cauce colmado de improviso, vertiginoso y turbio del río Santa Catarina
1 , que discurre por cuatro de los diez municipios que se integran al de la capital del estado, después de interminables días de lluvia
2. Lo mismo sucedía en los otros arroyos y canales, casi siempre vacíos, que también cruzan de poniente a oriente el área metropolitana.
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Vista aérea de la Presa Rompepicos (aguas abajo) |
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Vista aérea de la Presa Rompepicos (aguas arriba) |
El impertinente meteoro, al descargar sin uniformidad en algunos sitios de la región más de 800 mm de agua, des-urbanizó las laderas invadidas por la ciudad, devolviendo a las montañas que la rodean el señorío sobre sus cañadas y antiguos derramaderos. Inmensos peñascos desgajados desde sus alturas derribaron como naipes, muchas construcciones formales. Otros menores, cubrieron plazas y calles, junto con ellos toneladas de cantos rodados y de fango transformaron los baldíos en muladares.3
En poco más de una semana el río volvió a su apacible silencio, dejando a la vista la huella del desastre en los 9 kilómetros del Parque Lineal del Río Santa Catarina (habría tenido 45 de completarse el proyecto): inexplicables paisajes empedraban, matizados aquí y allá con restos de la vegetación ribereña enredados y pelados, los lugares que ocupaban pistas y canchas deportivas, incluido un campo de golf. Los taludes de las avenidas que lo flanquean, socavados por la creciente, interrumpen ahora el flujo vehicular; que ha permanecido truncado muchos meses.
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Río Santa Catarina desde el puente Zaragoza |
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Río Santa Catarina. Locales de comercio informal arrasados. |
Quedaron montones de basura entre las ruinas, algunas apenas son fantasmas, de la infraestructura de entretenimiento construida a lo largo de muchos años, que el inesperado océano arrasó. Los puentes, impertérritos de la mala fortuna de los vados y pasos peatonales, como espectadores mudos testimonian los novedosos obstáculos, que ahora retan a deportistas y paseantes. También descifran los acertijos de los laberintos de tráfico que las autoridades viales intentan, buscando despejar las variables de la ecuación de los atascamientos que a toda hora se presentan para cruzar la ciudad.
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Río Santa Catarina desde el puente Avenida Azteca. |
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Bulevar M. de la Madrid desde el puente Avenida L. Cárdenas |
‘En el campo de los comportamientos, y por tanto, de lo fisiológico, de lo biológico y del aspecto físico, siempre pasan cosas imprevistas. En la naturaleza, al igual que en la meteorología, existe una especie de teoría del caos;…que hace que no pueda preverse lo que pasará mañana. Sólo se pueden hacer proyecciones, hipótesis, a sabiendas de que la naturaleza las desbaratará prácticamente todas.’ Clément, Gilles, Faire avec (et jamais contre) la nature, en García-Germán, Javier (ed.) De lo mecánico a lo termodinámico. Compendios de Arquitectura Contemporánea. Editorial Gustavo Gili, SL Barcelona, 2010. Pág. 72, párr. 1.
‘Tras las devastaciones producidas por terremotos o tsunamis, el caos aéreo causado por un volcán en Islandia es un tema menor, pero ha llevado a la conciencia de muchos europeos la vulnerabilidad frente a la violencia de la naturaleza, que sólo podemos fingir que controlamos con la técnica. Esas cenizas vertidas en el aire se unen a los vertidos de petróleo en las aguas de Golfo de México, a las turbulencias financieras que acentúa la negociación algorítmica de máquinas tan veloces como ciegas y a los balbuceos científicos de la vida artificial para componer un panorama incierto donde no sabemos si la hora solar la dará el mismo reloj mecánico que pautó el tiempo en los monasterios para gestar la sociedad mercantil o un simple reloj de sol, tan propio de una vanitas clásica como una clepsidra o un reloj de arena, y más próximo a la arquitectura por su condición geométrica: el relojero de este tiempo fugaz quizá debería aprender gnomónica y celebrar así la lentitud impasible de la vida, perecedera, frágil y tenaz’. Fernández-Galiano, Luis. La hora solar, Arquitectura Viva 130 2010, Arquitectura Viva SL, Página 3, párrafo 3.
Te felicito por esta iniciativa y espero que nos veamos.
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