Morfología y desarrollo sostenible del Área Metropolitana de Monterrey II

JULIO 2018

 

En el artículo de METROPOLISREGIA de junio de 2018, se explicaba que la expansión casi exclusivamente unifamiliar del Área Metropolitana de Monterrey (AMM), además de ser disfuncional había roto el equilibrio medioambiental1. Conviene recordar al respecto, que la trascendencia de la actuación humana en el territorio es inevitable, para bien o para mal forma parte de la historia de la civilización. Por eso, como el Urbanismo tiene por objeto la ordenación de la ciudad y ésta facilitar las operaciones propias del hombre, se debería buscar para ella el modelo perfecto, al menos el idóneo. Así, en armonía consigo misma y con su entorno, la ciudad como manufactura colectiva sería “la cosa humana por excelencia”2, según la afortunada reflexión rossiana que habíamos citado en aquella ocasión.

A pesar que la argumentación anterior no fuera concluyente, que lo es (quizá tanto como este lugar inapropiado para demostrarlo), muy a menudo observamos que la ciudad se construye al margen del modelo previsto. Tal es el caso de este artículo de julio; si bien, al juzgar como negativo el resultado morfológico de Monterrey de los últimos cincuenta años, se asoma cierta contradicción. Pero, ¿cómo se podría aprobar la expansión excesiva y desarticulada de una metrópoli que acabó con el equilibrio medioambiental, aunque el modelo de ciudad monofuncional de vivienda unifamiliar aislada fuera considerado el ideal de la estructura social moderna? O, también, ¿cómo permitir ahora lo opuesto, la superposición de la ciudad multifuncional de los rascacielos a lo existente; si se materializa como vemos en grandes zonas urbanas congestionadas y anónimas? Admitirlo significaría que la práctica urbanística no conecta necesariamente con el modelo teórico, que el diseño urbano podría ser autónomo en el nivel operativo del planeamiento (Fig. 0718-01).

Sin embargo, atendiendo a lo anterior, que quizá sucede también en otras ciudades además de la nuestra; si sabemos por una parte que el marco legislativo general vigente para el desarrollo urbano del país ha cambiado recientemente, estableciendo la conveniencia de recuperar el modelo de ciudad compacta3; y, por otra, que es indispensable corregir la disfuncionalidad de Monterrey y restablecer el balance natural de la región, porque afectan la calidad de vida de sus habitantes; es urgente, por tanto, la adecuación del desarrollo urbano con el nuevo modelo de ciudad determinado por la ley; el cual, para implementarse se debería complementar con la documentación del planeamiento en las escalas regional, estructurante y operativa; que corresponde redactar a las autoridades estatal y municipales del AMM.

Figura 0718-01. Extensión de la Zona Conurbada de Monterrey (Google Earth, 2016). Las zonas en color más claro corresponden a las áreas urbanas existentes. Como se puede observar, la mancha urbana casi ha colmatado la superficie interior al Anillo Metropolitano, el tejido fracturado de la conurbación alcanza algunos de los municipios inmediatos al AMM.

Pero, como anteriormente se comentó que las características del modelo idóneo del AMM se verían en el artículo de METROPOLISREGIA de agosto; para en éste tratar de fundamentar la apreciación general de desorden urbano de la ciudad existente, y responder así a las cuestiones que se acaba de plantear. Es conveniente, por ello, retomar el análisis del planeamiento metropolitano donde se había dejado en el artículo anterior, revisando ahora a partir de la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. Lo que se hará muy brevemente mediante valoraciones generales, debido a que fue objeto de un estudio más completo en otros artículos del año pasado, a los que referimos al lector. En los meses de junio y julio de 2017, con motivo del cincuenta aniversario de su publicación, se analizó el Plan Director de la Sub-Región Monterrey de 1967 Exápolis 2000 de Guillermo Cortés Melo, Helios Albalate Olaría y otros; y entre septiembre y noviembre, también el Plan Metropolitano de Desarrollo Urbano de Monterrey de 1988 de Roberto García Ortega, y el Plan Metropolitano 2000-2021 de Oscar Bulnes Valero y Helios Albalate Olaría.

LA DESOBEDIENCIA DEL PLANEAMIENTO Y LA FRACTURA MORFOLÓGICA DE LA METRÓPOLI

Como antecedente de tipo cultural que marcó a las grandes capitales del país con el desorden urbano, se puede mencionar el ambiente político y económico que a la mitad del siglo XIX era de corte más liberal, y por ello predispuesto a la desregulación, a dejar la responsabilidad de la configuración de la ciudad al arbitrio de la inversión pública y privada. La ausencia de regulación urbanística podía ser interpretada como una oportunidad, para impulsar más libremente el desarrollo económico nacional (y consecuentemente el beneficio colectivo); al que posteriormente se sumaría el proceso de industrialización, que en nuestro caso inició alrededor de 1890.

Solo que a partir de los años treinta del siglo pasado, la responsabilidad del desarrollo económico se separó en dos vertientes: las autoridades asumieron en exclusiva, como parte de su compromiso político y social, la realización de las infraestructuras fundamentales (comunicaciones, educativas, salud, etc.), dejando los demás campos a la iniciativa particular que siguió operando como antes bajo el sistema capitalista. Así, el crecimiento de las ciudades era considerado como otro componente del desarrollo económico nacional, que aportaba una parte sustancial del dinamismo en el llamado “milagro económico mexicano”. Las grandes ciudades crecieron rápidamente casi sin ninguna restricción urbanística, hasta que al final de los años setenta se introdujo la legislación federal del desarrollo urbano. Sin embargo, esta omisión tan larga como injustificada ha trascendido a casi todo el esfuerzo legislativo posterior, determinando los malos resultados morfológicos del desarrollo urbano.

No obstante, hablando ya específicamente de Monterrey, en casi todas las actuaciones de vivienda que rodearon el núcleo central de la ciudad, el sistema vial rectangular se adaptó al parcelario irregular de la finca, pero sin prever ni la consolidación del suelo circundante ni la adecuación del sistema ferroviario, por lo que la expansión fracturó el conjunto urbano como se observa en los planos de la ciudad de la mitad del siglo XX (Fig. 0718-01). La autonomía de la configuración refleja ciertamente la exuberancia y espontaneidad del dinamismo económico local, pero la extensión de fragmentos de tejido urbano más o menos aislados hasta las cabeceras de los municipios inmediatos, destruyó la continuidad espacial de la metrópoli, al mismo tiempo que desdibujaba la historia multipolar de la Región Periférica (RP).

Figura 0718-01. Plano de la Ciudad de Monterrey de 1947. En el dibujo destacan: en primer lugar, el trazado rectangular irregular del núcleo histórico de la ciudad; y, al norte de él, la trama reticular de Epstein de 1865. Alrededor de ellos, se habían extendido sin control las actuaciones industriales y de vivienda hasta absorber las cabeceras municipales de Guadalupe y San Nicolás (Acervo de Roberto Chapa)

Así que, si en los años sesenta Monterrey hubiera crecido normalmente, el mosaico irregular del suelo solo habría requerido del trabajo de sutura propio de una reconfiguración urbana, en vez de la previsión de un nuevo modelo para la metrópoli en cierne. Sin embargo, al final de esa década la información demográfica era alarmante, mostraba una tendencia de crecimiento tan insólita, que si se sostenía sería insuficiente concentrarse solo en el diseño operativo de los vacíos de la ciudad (Fig. 0718-02). Ésta, que entonces tenía un millón de habitantes, debía prepararse para una expansión vertiginosa; ya que terminaría el siglo con una población cinco veces mayor4.


Figura 0718-02. Plano del Área Metropolitana de Monterrey de 1967. El fondo de color gris señala la superficie de la ciudad existente, mientras en color rojo se destacan los fraccionamientos aprobados entre los años 1961 y 1966, que continuaban el modelo de crecimiento disperso en las principales direcciones radiales de la metrópoli. Cfr. El Plan Director de la Subregión Monterrey. Imprenta y Editorial Plata, S. A. Monterrey, 1967. Figura 13

Así que, al adoptar el planeamiento profesional para tratar de corregir el desarrollo previo, las autoridades de la ciudad no solo buscaron la ordenación de la metrópoli, sino evitar extender su impacto negativo en la región. Por eso, tomando como base las proyecciones estadísticas disponibles, el Plan Director del Plan Regulador de la Sub-Región Monterrey de 1967 (EXÁPOLIS 2000) determinaba la extensión de la ciudad central para alojar a la población futura y, a la vez, controlar el crecimiento de los núcleos periurbanos (Fig. 0718-03). Los redactores del Plan ponían atención especial en las principales variables de la ordenación urbana: en la congruencia geográfica y geométrica, pero sin descuidar la entraña social y antropológica del proyecto, en el que la proximidad de los equipamientos y la disponibilidad de las áreas verdes serían factores determinantes de la calidad de la vida urbana. Por ello, aseguraban que “solamente una planificación integral que tenga como fin último al hombre, al desarrollo de la persona en toda su complejidad social e individual, y que se integre a los vastos campos regionales y nacionales, es la que consideramos que puede plantear y resolver los interdependientes y complejos problemas urbanos”5.

Figura 0718-03. Plan Director del Plan Regulador de la Subregión Monterrey de 1967 (Exápolis 2000). La metrópolis era ceñida por un arco vial que delimitaba a la vez que interconectaba las radiales de acceso de las ciudades federación con la Ciudad Central. La orografía propia del AMM propiciaba la morfología tentacular. La Sierra Madre al sur, el Cerro de las Mitras al oeste, el Cerro del Topo al noroeste y el Cerro de la Silla al suroeste eran los separadores naturales de la estructura federativa, pero se complementaron con las reservas de suelo agrícola y de parques para delimitarlas al Noreste y el Este. Cfr. El Plan Director de la Subregión Monterrey. Imprenta y Editorial Plata, S. A. Monterrey, 1967. Figura de la Portada

En respuesta a las premisas de diseño, proponían la consolidación del suelo metropolitano en las cinco direcciones principales de la expansión histórica; con “un conjunto urbano principal [de 40,000 Ha para 5’200,000 habitantes] constituido por seis ciudades federación, y por seis ciudades menores ubicadas alrededor de éste, a distancias variables de 25 a 35 Km del centroide. Cada Ciudad Federación del conjunto central será prácticamente independiente de las demás en su funcionamiento, pues contará dentro de sí misma con todos los elementos para lograrlo”6.


Figura 0718-04. El Plan Director del Plan Regulador de la Subregión Monterrey de 1967, Guillermo Cortés Melo, Helios Albalate Olaría y colaboradores. Al final del siglo XX, incluida la Ciudad Central existente (color rojo), la metrópoli estaría compuesta por seis ciudades federación. La expansión de las zonas industriales (sombreado color gris) y la de las zonas de vivienda de cada ciudad federación (color rosa) se desarrollarían a partir del sistema de comunicaciones radial. Los núcleos terciarios de equipamientos (color verde) serían la estructura física y funcional de las zonas de vivienda

Pero la geometría tentacular de la metrópoli no era arbitraria; ya que, además de conformarse con la configuración orográfica propia ofreciendo un modelo orgánico pero bien estructurado, impedía el crecimiento desordenado de la mancha urbana mediante la articulación de la expansión a las vías más importantes de comunicación radial (Fig. 0718-04). En cada una de las ciudades, la industria funcionaba separadamente; y el centro terciario, como estructura físico-funcional de los agrupamientos de vivienda, jerarquizados y rodeados de áreas verdes muy abundantes. Sin embargo, el Plan Director de 1967, que atajaba el dinamismo espontáneo del desarrollo urbano, fue desobedecido7.

Tampoco el siguiente, el Plan de Desarrollo Urbano del Área Metropolitana de Monterrey de 1988 consiguió el consenso del interés público con el privado, sino que fue abiertamente transgredido probablemente, advertía el redactor, por falta de “una bitácora sistematizada para darle seguimiento al cumplimiento de los programas y acciones previstas en el documento”8. Pero, poco tiempo después, la dificultad de la gestión del planeamiento aumentó considerablemente con la adscripción de México al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); así que, antes de trasponer el umbral del siglo XXI se añadía nueva pujanza al desarrollo económico regional; pero como los grandes desarrollos de industria y vivienda social en lugar de seguir el Plan se esparcieron en la periferia del AMM, se agravó la disfuncionalidad y el desequilibrio medioambiental de la región.

En medio de una expansión sin freno inducida por el TLCAN, la publicación del Plan Metropolitano de Monterrey 2000-2021 reaccionaba como los planes anteriores, proponiendo una configuración definida de la mancha urbana; solo que, alejando el límite de la ciudad hasta el Arco Vial Metropolitano, que comenzaba a atraer las nuevas actividades productivas de la metrópoli financiera y de servicios. Con esta previsión, se podía cubrir la insuficiencia funcional y aumentar la compacidad urbana en los vacíos que dejaba la industria. Por eso, los redactores explican que en el Plan “subsisten los objetivos de mejorar la calidad de vida de la población y crecer con orden. [Y,] considera la aplicación de un conjunto de estrategias para organizar y fomentar el crecimiento urbano en los baldíos inmediatos de la metrópoli, definiendo además otras áreas estratégicas para el desarrollo agropecuario, rural, de áreas verdes, de vivienda campestre y otros; [aparte de] otras que impulsen fuertemente a otras localidades importantes del Estado (…), así como (…) la densificación del primer cuadro del Área Metropolitana”9 (Fig. 0718-05).

No obstante la firme decisión de consolidar y densificar la ciudad existente, mirando al mismo tiempo por el ordenamiento territorial; el dinamismo económico  seguía tan potente y espontáneo, que los redactores debieron advertir también del posible fracaso del Plan; de continuar el escenario tendencial, se “considera que no se podrán establecer políticas de orden y control urbano; por lo que el crecimiento se daría en forma dispersa sobre cualquier parte del territorio”10. Este último escenario es el que prevalece aun; ya que ha sido imposible consolidar el tejido urbano existente, así como tampoco controlar la expansión del AMM o descentralizar el desarrollo urbano del Estado. (Fig. 0718-01)


Figura 0718-05. Plano 43. Imagen Objetivo 2021. Plan Metropolitano 2000-2021. Desarrollo Urbano de la Zona Conurbada de Monterrey. En la imagen objetivo de la conurbación regiomontana destaca la consolidación del suelo disponible al interior del Arco Vial Metropolitano. En ella permanece la idea de ciudad completa; la morfología tentacular jerarquizada de Exápolis 2000 se sustituye por el ordenamiento de la expansión “de facto”, y por el reagrupamiento funcional; se busca completar la malla de la estructura principal de circulaciones y complementar la dotación equipamental de la metrópoli
Como consecuencia, mientras que la región metropolitana de Monterrey acumula hoy la mayor parte del capital humano y sostiene el pulso económico del Estado, el resto del territorio se opaca y ve mermado su potencial de desarrollo; aunque, paradójicamente, se sigue desaprovechando la capacidad de las centralidades urbanas (Fig. 0718-06).  En cualquier caso, casi ya al final del período de vigencia del Plan 2000-2021, la disfuncionalidad y el desbalance natural siguen aumentando. Y, como se argumentaba al comienzo de este artículo, o el modelo urbano no era el idóneo o ha cedido ante otros factores distintos.

No obstante, pensamos que la indisciplina del planeamiento experimentada por el AMM podría tener otra explicación. En efecto, por un lado se puede advertir que una vez superado cierto límite, el mal resultado morfológico era inevitable; la disfuncionalidad es inherente a la extensión excesiva, aislada y mal equipada; aunque, por otro, que para corregirla no basta como se defiende hoy con superar la monofuncionalidad e incrementar la densidad. Porque si se mira con más cuidado, independientemente de los límites propios de los diferentes modelos de ciudad, se descubre que el resultado defectuoso estaría en función de otro factor que determina la calidad de cualquier modelo, ya que a todo antepone el máximo beneficio económico.


Figura 0718-06. Evolución de la distribución de la población del Estado de Nuevo León, el AMM y la RP 1990-2015

Este factor de desorden, con el cual primero se habría especulado con el valor del suelo favoreciendo la dispersión, para lucrar después con la saturación de la ciudad, sería consecuencia de la mercantilización del desarrollo11. Ambos resultados defectuosos provienen de la búsqueda del mayor aprovechamiento de lo urbano que ha caracterizado a casi todas las promociones inmobiliarias de nuestra metrópoli. Así, este solo factor ha sido causa de la fragmentación y también de la congestión insipiente del centro de la ciudad, del ordenamiento discordante del territorio que ha dejado en evidencia la calidad y la gestión del planeamiento de Monterrey, con lo que se responde a las preguntas planteadas al comenzar este artículo.

Ahora bien, cuando por una parte, se observa que las expectativas económicas de las operaciones inmobiliarias se contraponen con las premisas de diseño que garantizan el equilibrio natural y la congruencia del modelo previsto por el planeamiento urbano; es decir, con la calidad de vida de la metrópoli -que aparte de indeclinable es señal del genuino interés público o privado12-; se corrobora también, que es tarea de las autoridades no solo revertir la inoperancia de las herramientas que rigen la práctica urbanística, sino valorar antes que nada las características del modelo en el que se sustentan. Se puede decir, en definitiva, que es tarea del marco legislativo prever que cada una de las actuaciones públicas o particulares salvaguarde la recuperación de los ecosistemas y asegure la ordenación territorial y urbana.

No obstante, como se puede deducir, que no es posible lograr todo esto solo con reglamentos y leyes; es indispensable que el modelo descrito en los textos se materialice, por así decirlo, en las actuaciones que construyen la ciudad. Por eso se comprende el rol tan fundamental que cumple la redacción del planeamiento urbanístico: la preparación de los documentos técnicos que describen las características de la ordenación urbana de cualquier ciudad. Entre ellos, los planos y croquis que las describen en las diferentes escalas de actuación (regional, estructurante y operativa), que son vinculantes para los programas y acciones del desarrollo regional y urbano. En el artículo de agosto analizaremos el soporte teórico de toda esta documentación en el caso de Monterrey.






1. Se ha considerado que después de cierto límite, la expansión unifamiliar es poco racional; y, como consecuencia, urbanísticamente disfuncional a la vez que obstáculo de la resiliencia del medio ambiente regional
2. Aldo ROSSI, La arquitectura de la ciudad. Editorial Gustavo Gili, SL, 2015. Capítulo tercero. La individualidad de los hechos urbanos. La arquitectura, pág. 8, párr. 4
3. En la Sesión de la Academia Nacional de Arquitectura, capítulo Monterrey, del pasado 13 de agosto, Gabriel Todd ha comentado que los temas relacionados con el espacio público, la movilidad y la adecuación del planeamiento con la legislación aparecen citados con mayor frecuencia que otros en la redacción de la legislación estatal aprobada en noviembre de 2017
4. La ciudad de Monterrey, que había alcanzado 500,000 habitantes en 1950 saltó a 1’642,000 en 1976 y a 2’148,000 en 1983; la concentración de la población del Estado en la metrópoli aumentó de 64% a 80% en ese período. Por otra parte, la superficie urbanizada pasó de 4,000 Ha en 1950 a 30,910 Ha en 1983, con lo que la densidad, de cerca de 125 hab/Ha disminuyó casi la mitad a 70 hab/Ha, debilitando todavía más la funcionalidad y la cohesión del tejido urbano. No obstante, la dispersión ha seguido agravando la disfuncionalidad de la ciudad: en el año 2000 la densidad se redujo a 60 hab/Ha, los 3’374,400 habitantes de la metrópoli se distribuyeron en 55,882 Ha, y en 2010 a tan solo 49 hab/Ha, los 4’165,500 habitantes ocuparon 85,184 Ha
5 . Plan Director de la Subregión Monterrey, Imprenta y Editorial Plata, S. A. Monterrey, 1967. Pág. 3, párr. 4
6. Ibídem. Pág. 63, párr. 2 y 3
7. “A causa de la difícil conciliación con el modelo liberal urbano“. Roberto GARCÍA ORTEGA, La conformación del Área Metropolitana de Monterrey y su problemática urbana. Monterrey, 1984. Pág. 105, párr. 1
8. Roberto GARCÍA ORTEGA, Asentamientos irregulares en Monterrey, 1970-2000, Divorcio entre planeación y gestión urbana. Revista Frontera Norte volumen 13, número especial 2. 2001. Pág. 121, párr. 4
9. Plan Metropolitano de Monterrey 2000-2021. Desarrollo Urbano de la Zona Conurbada de Monterrey. Oscar Bulnes Valero y Helios Albalate Olaría, Monterrey, 2003. Pág. 5, párr. 5
10. Ibídem. Pág. 5, párr. 5
11. Vittorio GREGOTTI se expresaba con términos semejantes en un artículo del día 28.VII.1980 del periódico La Reppublica, Roma 1980, cuando se refería al diseño urbano que privilegia el resultado económico
12. “La disponibilidad de instrumentos para dominar la naturaleza invita a no respetar el medio ambiente, hasta el punto de que gran parte de la superficie terrestre se ha convertido en un basurero, con consecuencias irreversibles. Los medios tecnológicos, pensados inicialmente para intervenir más sabiamente en el aprovechamiento de los recursos naturales, se han emancipado y están conduciendo a destruir esos recursos tan limitados”. Alejandro LLANO, La vida lograda. Editorial Planeta, Barcelona, 2017. Pág. 45, párr. 4 a pág. 46, párr. 1

Morfología y desarrollo sostenible del Área Metropolitana de Monterrey I

JUNIO 2018


Como se ha explicado en otros artículos de esta publicación, la expansión excesiva y desarticulada que experimenta el Área Metropolitana de Monterrey (AMM), privilegiando el crecimiento disperso de baja densidad ignora el consumo racional de suelo y el enfoque sistémico del desarrollo sostenible. Quedan con esto en evidencia, no solo la gestión del planeamiento urbano sino también su calidad, el resultado morfológico. El dato estadístico es hoy tan negativo, que en los foros locales se cuestiona la idoneidad del tipo de desarrollo; alertando los medios de comunicación de los riesgos sanitarios, así como de la urgencia de la colaboración responsable de la sociedad civil en la solución del problema.

Y, como sucede ya en otras ciudades industriales de gran tamaño, las secuelas de la disfuncionalidad urbana despertaron también “la preocupación ecológica, que ha decantado hacia el concepto de desarrollo sostenible, considerándose de modo cada vez más amplio, puesto que no sólo hace referencia a los valores naturales, sino también a la conservación del patrimonio cultural heredado e incluso a imágenes que representan estadios históricos de la técnica industrial. El concepto de ‘reciclaje’ aparece así aplicado a la ciudad histórica y al propio entorno natural”1

Por su parte, el Capítulo Monterrey de la Academia Nacional de Arquitectura A. C. (ANA-MTY) se propuso -como lo hacen por su parte la Sociedad de Urbanismo de Monterrey A. C. (SURMAC) y el Colegio de Arquitectos de Nuevo León A. C. (CANL)- analizar los factores generadores de desorden urbano y ofrecer una reflexión individual y colectiva en benficio de la ciudad y el estado. Por eso, la Comisión de Urbanismo tiene la misión de “influir en la sociedad creando conciencia para una cultura ciudadana urbana, sostenible y armónica con el medio ambiente social, urbano y natural”2.

Ahora bien, en el ámbito de la Comisión de Urbanismo que gestiona Oscar Martínez, se conformaron seis grupos de estudio sobre los aspectos prioritarios del planeamiento urbano local: 1. Movilidad y Proximidad, 2. Nuevos Polos de Desarrollo, 3. Planeación Urbana, 4. Espacio Púbico, 5. Sostenibilidad Urbana y 6. Conservación e Identidad; en los que la reflexión aprovecha los conocimientos y experiencia profesional de los participantes. En el tema de la Sostenibilidad Urbana que coordina Ricardo Padilla, colaboran los académicos Roberto Chapa, Julieta Cantú y Daniel Martínez; cuenta además con aportaciones de Gabriel Todd como oficial de enlace, y con la colaboración de Antonio Alfaro y Alicia Lizárraga. Personalmente, agradezco la posibilidad de participar en el estudio que relaciona la morfología y el planeamiento urbano con el desarrollo sostenible de la ciudad. 

La relevancia del objetivo propuesto por la ANA-MTY justifica hacer un paréntesis en la secuencia de publicaciones de METROPOLISREGIA; y, por eso, en este artículo de junio se analiza las causas del actual desequilibrio funcional y morfológico, y en los siguientes de julio y agosto, los instrumentos de la disciplina que ayudarían a recuperar el desarrollo sostenible del AMM: el planeamiento urbano coordinado con un modelo de ciudad; que, podrían incorporarse en la fundamentación del diseño urbano de los documentos oficiales del planeamiento estructurante (nivel estatal) y operativo (nivel municipal) de la metrópoli regiomontana.

Figura 0618-01. Plano de Monterrey (2010). El perímetro aproximado de la ciudad de 1798 está delineado al centro de la imagen (negro); mientras que la reserva de suelo municipal (cuadrado rojo), el ejido de la ciudad, con una superficie de cuatro leguas cuadradas (7,000 Ha aproximadamente) a partir del lugar de la fundación. El límite del ejido coincidía con Ave. Churubusco al oriente, con Ave. Ruiz Cortines al norte, con Ave. Dr. J. E. González al poniente y al sur con Ave. Sendero Sur

MORFOGÉNESIS DEL ÁREA METROPOLITANA DE MONTERREY

Si en su origen helenístico, el Urbanismo pudo ser considerado el “arte de lo práctico”3, la ciudad occidental moderna expresa generalmente el modelo cultural de su época. Por esta razón, los arquitectos y urbanistas buscan “presentar sistemas en los que el orden espacial pasa a ser el orden de la sociedad”4, recrear la utopía social en la ciudad. Y, como resultado, “el ámbito pertinente de las teorías y las praxis de la proyectación urbana es, por antonomasia, el de la construcción planificada del espacio antropizado”5. Pero, la falta de unas o de otras, ha provocado “fenómenos de degeneración del desarrollo urbano que distinguen a la actual crisis de la ciudad. (…) “Derivan predominantemente de la ineficacia de los planes y de las carencias (no raramente macroscópicas) en la gestión en el control de la expansión”6.

Figura 0618-02. Plano de la Nueva Ciudad de Monterrey de Juan Bautista Crouset, 1796 (no realizado). Conectaba con cuatro calles al sur con la ciudad existente. Al centro del rectángulo, la nueva plaza con los componentes representativos de la ciudad, la catedral, las casas reales, etc.; en las cuatro esquinas, las plazas de los barrios con otros edificios públicos

Por eso, al cuestionar la sostenibilidad del modelo de desarrollo que ha seguido la metrópoli regiomontana durante su conformación, debemos valorar tanto el modelo de ciudad, la idoneidad teórica del diseño urbano, como la congruencia práctica en los diferentes niveles del planeamiento; aunque, en cualquier caso, es conveniente comenzar haciendo un breve análisis morfogenético de la ciudad existente (que se detalla mejor en los artículos anteriores de METROPOLISREGIA).

Figura 0618-03. Plano de Monterrey de Jean Crouset, 1798. En el dibujo y las leyendas, el arquitecto destaca algunos edificios en construcción del nuevo centro de la ciudad. Lo sobresaliente sin embargo es el respetuoso acompañamiento del trazado vial y el Arroyo Santa Lucía; así como su aprovechamiento represando el agua para riego, y el desarrollo del primer paseo arbolado de la ciudad (hoy estaría al oriente de la Explanada de los Héroes, entre los museos de Historia Mexicana y del Noreste)

La fundación de Monterrey (Santa Lucía, 1577; Villa de San Luis, 1582, Monterrey, 1596) siguió, como otras ciudades latinoamericanas, el modelo descrito en la legislación española de Indias (Ordenanzas de Nuevas Poblaciones de Felipe II, 1573). La plaza principal se rodeó de la iglesia parroquial y las casas reales, trazando una parrilla rectangular de calles con “26 manzanas para otorgar solares en arrendamiento o merced a los nuevos pobladores”7. Se dotó además de una superficie de suelo propia, que permitía la expansión del asentamiento y la obtención de recursos para cumplir con sus obligaciones (Fig. 0618-01). "En 1638 (…) quedó delimitado el ejido (…); una extensión de una legua a la redonda, equivalente a 7,140 hectáreas, que quedaron bajo la administración de las autoridades municipales. (…) Sumadas, las tierras del ejido y las de propios rústicas y urbanas, el Ayuntamiento de Monterrey llegó a administrar la cantidad aproximada de 75,685.29 hectáreas"8.

Sin embargo, el aislamiento geográfico y económico por una parte, y la adversidad meteorológica por otra, restringieron el crecimiento de la ciudad durante dos siglos. La modesta expansión que se registra en los documentos gráficos del siglo XVIII que han llegado a nuestros días, se produjo principalmente hacia el poniente; y estuvo asociada con las características orográficas del sitio, sobre todo con las hidrográficas, y con las vías de comunicación regional más importantes (hacia Saltillo y el interior del territorio y hacia el Golfo de México); hasta que, la segunda mitad de ese siglo, el aumento de la actividad económica y comercial atrajo a nuevos pobladores, impulsando la expansión de la ciudad; que, para conservar la funcionalidad del núcleo original, se buscaría extender hacia el norte saltando el arroyo Santa Lucía (que estaba formado por los manantiales de varios ojos de agua, y hoy está enterrado debajo de la calle Juan I. Ramón).

Figura 0618-04. Fortifications City of Monterrey, Mexico. U. S. Corps of Engineers, 1846. La extensión de la primitiva trama rectangular irregular adopta, al norte del arroyo Santa Lucía, el trazado reticular de Crouset. El dibujo destaca las fortificaciones de la ciudad: la obra nunca terminada de la nueva catedral adaptada como ciudadela y algunos baluartes al oriente, junto al cauce del río

El primer proyecto de expansión de Monterrey, aprobado por las autoridades a Juan Crouset en 1796 (Fig. 0618-02), planeaba el desarrollo de un asentamiento totalmente nuevo, que reproducía el modelo funcional novohispano de ciudad en un entramado reticular, pero aislado de la ciudad existente). Aunque el proyecto se interrumpe al poco tiempo de haber iniciado, la extensión de la trama al norte y el poniente del arroyo continúa sin la precisión geométrica del dibujo de Crouset (Fig. 0618-03 y 04), hasta que el Ayuntamiento solicita a Isidoro Epstein recuperar el trazado reticular en los Repuebles del Norte y del Sur en 1865 (Fig. 0618-05). Los límites del suelo urbano se fijaron entonces a media legua de distancia del centro de la ciudad (Félix U Gómez al oriente, Colón al norte, Venustiano Carranza al poniente y Nueva Independencia al sur del cauce del Río Santa Catarina). También es importante destacar que aparte del área verde del arroyo Santa Lucía, el diseño de Epstein incorporaba en el conjunto urbano una gran Alameda de cuatro manzanas por largo.

Figura 0618-05. Plano de la Ciudad de Monterrey de Isidoro Epstein, 1865. La trama rectangular irregular primitiva se había extendido hacia el poniente hasta el Cerro Obispado incorporando el pequeño núcleo urbano alrededor de la Capilla de la Purísima. El trazado reticular de Epstein se desdoblaba con los repuebles del norte y el sur, más allá de los cauces hidrográficos que contuvieron el asentamiento primitivo de la ciudad.

Ahora bien, el trazado de Epstein consiguió controlar la irregularidad geométrica del planeamiento primitivo solo por unos años; ya que la privatización de la propiedad municipal alrededor de la retícula, se produjo sin una regulación urbanística formal, como la que tenía el proyecto de Crouset. Como es sabido, “la desamortización fue el proceso a través del cual los bienes pertenecientes a las corporaciones civiles y eclesiásticas se transfirieron a los particulares a partir de la ley del 25 de junio de 1856”9.

Así que, una vez en manos de particulares, la espaciosa llanura junto al Repueble del Norte comenzó a urbanizarse el último cuarto del siglo XIX; sin prever ni la estructura vial, ni la disposición funcional y los equipamientos colectivos necesarios para alojar las nuevas actividades productivas. Y por eso, la implantación de los sistemas de telecomunicaciones (1870) y de las vías del ferrocarril (1882); la urbanización de las zonas industriales y residenciales (1890), se realizaron en consonancia con la legislación liberal del país del siglo XIX; es decir, sin condicionar los intereses de la propiedad, como se observa en los planos de la ciudad después de 1894 (Fig. 0618-05, 06 y 07).

Figura 0618-06. Plano de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, 1894. Contrasta la ordenación reticular de la ciudad existente, trazada por Epstein, con el desorden del parcelario industrial y las vías del ferrocarril que determinaron las características geométricas de la urbanización posterior


En efecto, al mismo tiempo que las autoridades del estado premiaban a la población por edificar pronto en la retícula semivacía de Epstein, permitían a los particulares urbanizar sin restricciones el suelo desamortizado que rodeaba los repuebles (Figura 0618-05). De forma que, a partir de la última década del siglo XIX comenzaron a edificarse grandes fábricas, aprovechando las exenciones de impuestos concedidas por las mismas autoridades10. Pero, además, entre los edificios industriales admitieron la urbanización residencial del Repueble Bella Vista (al norte de la Cervecería Cuauhtémoc); que ajustó su trazado reticular con la disposición geométrica de las vías del ferrocarril, no con la del Repueble del Norte, del que había quedado desconectada. Sin embargo, después de haber cedido en esta primera actuación, el Ayuntamiento ya no evitó la mezcla indiscriminada de usos industriales y de vivienda social; el desorden urbano se generalizó.

Más que ordenar el crecimiento de la naciente ciudad industrial, se impulsaba el desarrollo económico, con un modelo urbano desregulado, semejante al norteamericano. “Hasta finales del siglo XIX, la ciudad americana refleja (…) la vigorosa expansión del liberalismo individualista, que queda confiado al orden externo de unas cuantas reglas esquemáticas, con la casi completa exclusión de la intervención de cualquier poder público”11.

Figura 0618-07. Plano General de la Ciudad de Monterrey y sus Ejidos de 1930. El desorden geométrico se generaliza alrededor del núcleo histórico de la ciudad. Con excepción del poniente, la industria y la vivienda social comparten el perímetro de la ciudad

Aun así, se puede comprobar que las actuaciones residenciales de las primeras décadas del siglo XX, adoptaron casi todas el trazado rectangular; quizá no tanto por la conveniencia práctica o por la claridad geométrica, sino porque con él se conseguía los mayores aprovechamientos urbanísticos del suelo; en todo caso, porque “la planta en damero, es susceptible de interpretarse como la máxima concesión del capital privado a la administración pública”12. Y, por eso mismo, como consecuencia de la urbanización de un parcelario sin consolidar, y de la insuficiencia de la regulación del suelo, el planeamiento urbano derivó en el acertijo geométrico que observamos en la huella del Monterrey de 1930 (Fig. 0618-06).

Sin embargo, la asombrosa expansión la ciudad, no hacía sino seguir al potente desarrollo económico de la capital industrial del país; y, al extender sus tentáculos en todas las direcciones, ya no solo hacia el norte, incorporó sin ninguna articulación los pequeños asentamientos históricos del perímetro inmediato de Monterrey: las cabeceras municipales de Guadalupe, San Nicolás y San Pedro, como aparece en el Plano de Monterrey de 1965 (Fig. 0618-07). Documento en el que se aprecia que la magnitud informe de la mancha urbana había alcanzado una escala regional.

Figura 0618-08. Plano de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México de 1965. Aunque el núcleo histórico trazado por Epstein es todavía reconocible, la discontinuidad y fragmentación del suelo urbanizado caracterizan el planeamiento de la ciudad. El modelo de desarrollo autónomo y poco regulado había fracasado en lograr el crecimiento ordenado de la ciudad

Así que, la relación entre el desarrollo de la ciudad y la sostenibilidad medioambiental estaban contrapuestas. Si la irregularidad geométrica desfiguraba las características físicas del territorio, los niveles de contaminación atmosférica amenazaban la salud pública. Además, esa misma expansión desacotada, había ignorado la asimilación de los cauces hidrográficos como parte de la dotación natural de áreas verdes. Porque, para aquel dinamismo desaprensivo, "la 'idea' del crecimiento se superpone, sin motivo, al territorio"13; porque confía ciegamente en los avances técnicos, sin poner otro límite al desarrollo que la rentabilidad económica, para ruina de la geografía propia: la utilización de los cauces vivos como colectores residuales, la deforestación de las zonas llanas, la urbanización negligente de las laderas de las montañas, etc.

Por el contrario, el punto de partida del desarrollo sostenible, deberá considerar que "la naturaleza es proceso, (…) que responde a leyes y que representa valores y oportunidades para el uso del hombre, con ciertas limitaciones y algunas prohibiciones (…).  El trabajo del urbanista es el del buscador de salud y de bienestar colectivos (…); para ello, la ciencia no es el único modo de percepción (…), se necesita la creatividad del artista para llegar más allá"14. Ante el abanico de responsabilidades, más que asombrarse de la influencia tan negativa del modelo en el desarrollo en el desorden urbano; el profesional quizá tendría que preguntarse, como lo hizo Maximilien Sorre (1880-1962), ¿cómo debería intervenir en el medio ambiente?, “porque es entonces cuando la ecología humana cambia bruscamente de sentido y atañe a toda la historia de la civilización; [y, la ciudad se comprende como] la cosa humana por excelencia”15.

Con lo explicado hasta ahora, la descripción morfogenética de Monterrey ha llegado a la mitad del siglo XX, y nos situamos por tanto en la antesala del planeamiento urbano profesional; en el período en el que la población de ciudad se aproxima un millón de habitantes, y la expansión industrial o residencial se adhiere únicamente a las vías radiales de comunicación, sin resolver siquiera la permeabilidad del conjunto urbano.

Ante un fenómeno urbano que parecía irreductible, se imponía una reflexión más profunda de la relación entre la ciudad y el territorio; no había una sola respuesta, debía conjuntar la teoría y la práctica de los profesionales, la gestión de autoridades y la responsabilidad civil de la sociedad, como se verá en el siguiente artículo.




1 . José María ORDEIG CORSINI, Diseño Urbano y pensamiento contemporáneo. Instituto Monsa de Ediciones, S. A., Barcelona, 2004. Pág. 302, párr. 2
2. Academia Nacional de Arquitectura Capítulo Monterrey, Comisión de Urbanismo, VISIÓN METRÓPOLIS Y ESTADO. Cartel de la Sesión 245 del 13 de Agosto de 2018
3. A. E. J. MORRIS, Historia de la forma urbana desde sus orígenes hasta la Revolución Industrial. Editorial Gustavo Gili, SL. Barcelona, 1984. Pág. 54, párr. 4
4. Aldo ROSSI, La arquitectura de la ciudad. Editorial Gustavo Gili, SL. Barcelona, 2015. Capítulo tercero. La individualidad de los hechos urbanos. La arquitectura, pág. 10, párr. 3
5.  Benedetto GRAVAGNUOLO, Historia del Urbanismo en Europa 1750-1960. Ediciones Akal, S. A. Madrid, 1998. Pág. 7, párr. 4
6.  Ibídem. Pág. 7, párr. 4
7. Rocío GONZÁLEZ MAIZ, Desamortización y propiedad de las élites del noreste mexicano 1850-1870. Fondo Editorial de Nuevo León. Monterrey. 2011. Pág. 24, párr. 1
8. Ibídem. Pág. 24, párr. 1-2
9. Ibídem. Pág. 9, párr. 1
10. Isidro VIZCAYA CANALES, Los orígenes de la industrialización de Monterrey. Una historia económica y social desde la caída del Segundo Imperio hasta el fin de la Revolución 1867-1920. Fondo Editorial Nuevo León-ITESM, 2006. Pág. 77, párr. 4
11. Luis CABRALES, La ciudad norteamericana: la fe en el futuro, en Ciudades del Globo al Satélite. Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (Electa, 1994). Pág. 5, párr. 4
12. Isidro VIZCAYA CANALES, Los orígenes de la industrialización de Monterrey. Una historia económica y social desde la caída del Segundo Imperio hasta el fin de la Revolución 1867-1920. Fondo Editorial Nuevo León-ITESM, 2006. Pág. 5, párr. 2 
13. Isidro VIZCAYA CANALES, Los orígenes de la industrialización de Monterrey. Una historia económica y social desde la caída del Segundo Imperio hasta el fin de la Revolución 1867-1920. Fondo Editorial Nuevo León-ITESM, 2006. Pág. 5, párr. 2
14. Juan Luis DE LAS RIVAS SANZ, El paisaje como regla: el perfil ecológico de la planificación espacial. En María CASTRILLO ROMÓN y Jorge GONZÁLEZ-ARAGÓN CASTELLANOS (coordinadores). Planificación territorial y urbana, investigaciones recientes en México y España. Instituto Universitario de Urbanística-Universidad de Valladolid. Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco-División de Ciencias y Artes para el Diseño. Publidisa, 2006. Pág. 26, párr. 3
15. Aldo ROSSI, La arquitectura de la ciudad. Editorial Gustavo Gili, SL. Barcelona, 2015. Capítulo tercero. La individualidad de los hechos urbanos. La arquitectura, pág. 8, párr. 3