La asimilación de los cauces hidrográficos en el planeamiento II

MARZO 2017

La configuración de Monterrey que se estudió en METROPOLISREGIA.COM | FEBRERO 2017, documentada con los planos de los siglos XVIII y XIX (Fig. 0217-1 a 5), podría sintetizarse diciendo que la ciudad estaba compuesta por tres sectores de morfología diferente: el núcleo central del siglo XVIII, el tejido reticular que lo envolvió durante el siglo XIX, y al norte de ellos el mosaico irregular de propiedades que comenzaba a desarrollarse.

En los planos se veía que hacia la mitad del siglo XVIII el núcleo central estaba todavía delimitado por el arroyo Santa Lucía y el río Santa Catarina. Después de más de ciento cincuenta años, la población de Monterrey había crecido poco, tenía alrededor de 3,300 habitantes, y el trazado de la ciudad era rectangular pero no homogéneo. El estancamiento económico, producido por el aislamiento y la inseguridad, había restringido el crecimiento; pero el trazado geométrico poco regular parecía derivar de la precariedad técnica, más que de la dificultad de la geografía1. En contraste con lo anterior, a finales del siglo XVIII se registró una mejora económica significativa y la población aumentó a 6,400 habitantes. Entonces las autoridades planificaron la expansión ordenada en una parte el ejido de la ciudad2. Se trataba del proyecto de una pieza reticular que se extendió progresivamente.

No obstante, en los planos de finales del siglo XIX se descubre que faltaban algunos elementos importantes del modelo urbano anterior y que la expansión excedía hacia el Norte el tejido reticular previsto; que las primeras fábricas y urbanizaciones de vivienda se empezaban a edificar en las propiedades que eran cruzadas por las vías del ferrocarril, sin que ese suelo hubiera sido planificado. Y, como consecuencia, que el desarrollo aislado del parcelario con los proyectos industriales y residenciales sin la regulación adecuada, podía derivar en una configuración indeterminada y poco práctica de la ciudad.

El estudio de la historia socioeconómica local ha permitido establecer las causas por las que se omitió la planificación de la ciudad; METROPOLISREGIA.COM | MARZO 2017 las estudia en orden cronológico, dejando los resultados morfológicos y las propuestas a la publicación del mes de abril. Por el momento, las causas quedan solo apuntadas: se trata de la desamortización3 del suelo municipal ordenada por la legislación central, del afianzamiento del paradigma liberal que desreguló la propiedad privada, y de la indeterminación geométrica y funcional del planeamiento tolerada por las autoridades.

Para seguir el orden cronológico, se verá primero el planeamiento del final del período virreinal: la “Nueva Ciudad de Monterrey” que proyectó Crouset en 1796 y el avance que documentó con el plano de 1798. Después se estudiará la evolución del trazado durante las primeras décadas del México independiente4; se verá que la ciudad había asimilado los condicionantes hidrográficos en el núcleo central y recuperado la retícula al norte de él, y en el plano de Epstein de 1865 que la retícula se extendía en una buena parte del suelo del ejido5. Se terminará revisando que la desregulación de los predios desamortizados del núcleo central llevó a la eliminación de algunos de los espacios públicos y de las áreas verdes del arroyo Santa Lucía, mientras que más allá del límite de la retícula, la ciudad iniciaba la revolución industrial siguiendo el modelo extensivo de las ciudades norteamericanas de la segunda mitad del XIX.

LA NUEVA CIUDAD DE MONTERREY DE CROUSET (1796-1798)

Con la difusión de las ideas del Renacimiento, el trazado reticular fue considerado el modelo perfecto de las ciudades europeas6. Pero, además de considerarlo por su interés cultural, las autoridades españolas lo utilizaron “con el fin de poder acoger lo más pronto posible a los colonos, a los que se intentaba atraer cediéndoles solares edificables, tierras de cultivo y otros incentivos financieros afines”7. Por eso fue adoptado desde los primeros años de la colonización de América, publicando normas urbanísticas concretas para las nuevas fundaciones, y perfeccionándolas en la práctica8. Solo que, a diferencia de las poblaciones europeas que continuarían delimitándose con murallas hasta los siglos XVIII y XIX, las nuevas ciudades americanas se dejaron abiertas a la expansión, excepto por las edificaciones defensivas requeridas por los puertos.

Desde su fundación, Monterrey había adoptado el trazado reticular y la disposición de los equipamientos urbanos prevista por la Real Ordenanza de Felipe II de 15739, reservando “26 manzanas para otorgar solares en arrendamiento o merced a los nuevos pobladores”10. Pero, fue hasta la segunda mitad del siglo XVIII que la ciudad pudo superar el estancamiento, porque las autoridades se interesaron por lograr la estabilidad política del extenso territorio que tenía la frontera norte del reino, para lo que buscaron la pacificación del territorio y la radicación de la sede episcopal en Monterrey11. La nueva circunstancia reconocía la localización estratégica de la plaza en las comunicaciones regionales, propiciando su desarrollo económico, el aumento de la productividad agrícola y ganadera y las actividades comerciales; y, ante el crecimiento de la ciudad, la determinación de corregir los defectos y limitaciones del planeamiento primitivo.

Aunque la geografía del asentamiento primitivo había podido absorber sin dificultad el crecimiento natural hacia el Poniente, la expansión hacia el Norte era urbanísticamente la más conveniente. Solo que, en lugar resolver los problemas que planteaban el cruce del arroyo y los ojos de agua de Santa Lucía, el gobernador Manuel de Bahamonde (1789-1795) y el obispo Rafael José Verger (1783-1790) acordaron trasladar la población a un núcleo aislado nuevo al norte del arroyo. El siguiente obispo Andrés Ambrosio de Llanos (1791-1799) continuó con el mismo plan y encargó a Juan Bautista Crouset (1753-1829?) el proyecto de la ciudad y los principales edificios12. Todavía durante la gestión del virrey conde de Revillagigedo (1789-1794) se iniciaron las obras: “en la parte norte de esta ciudad en un espacioso llano, perteneciente a sus ejidos, (…) se está fabricando la iglesia catedral, hospital real y convento de monjas capuchinas”13. Se había convenido trasladar también las casas reales, y se promovía entre los vecinos la edificación en la nueva ciudad.

Sin embargo, las dificultades se presentaron pronto. El siguiente gobernador Simón de Herrera y Leyva (1795-1905) se negó a continuar con lo acordado mientras faltara la aprobación del nuevo virrey marqués de Branciforte (1794-1798). El gobernador pidió a Crouset que dibujara el proyecto cumpliendo con las ordenanzas vigentes para que fuera revisado y autorizado14. La Nueva Ciudad de Monterrey de 1796 (Fig. 0317-1) tendría un tejido reticular perfecto de once manzanas de oriente a poniente (entre las calles Zuazua y Pino Suárez) y trece manzanas de sur a norte (entre Washington y Colón), que conectaría con el núcleo existente prolongando cuatro calles. La nueva Plaza Mayor estaría en el centro del rectángulo con la Catedral sus dependencias administrativas y educativas y las casas reales alrededor. Además, señalando los diferentes barrios, se distribuirían otras seis plazas con sus equipamientos colectivos correspondientes15. Sin embargo, mientras se gestionaba la nueva ciudad, se suspendió definitivamente la edificación de la Catedral en 1797, eliminando la más importante de las objeciones que tenía el proyecto, la necesidad de trasladar la población a la posición nueva.

Por su parte, durante ese tiempo, Crouset dirigía los trabajos de mejora de la infraestructura existente y preparaba la expansión de la ciudad existente. En otro plano, dibujado en 1798 (Fig. 0317-2), documentó las obras realizadas por encargo del gobernador Herrera Leyva. Había construido dos presas que servían como puentes para cruzar el arroyo, trazando al norte de él la prolongación de varias calles del núcleo primitivo enlazadas con otra que era paralela al cauce (calle 15 de Mayo), añadiendo al trazado de las calles el primer paseo arbolado de la ciudad del que hablamos antes.

En suma, que a diferencia del proyecto de la ciudad ideal de 1796, con el documento de 1798, Crouset proyectaba la expansión de Monterrey a partir de lo existente, estableciendo la jerarquía adecuada entre los condicionantes del planeamiento. La expansión quedaba fundada en la realidad social y económica de la población, extendiendo el asentamiento sin forzar injustificadamente el traslado a un sitio nuevo; y privilegiaba los condicionantes de la geografía antes que los del diseño geométrico, acomodando el trazado rectangular primitivo a la orografía y a los cauces hidrográficos. Pero, además, es conveniente destacar que la construcción de las presas solucionaba otros problemas técnicos importantes. Con ellas se contenía las avenidas estacionales que causaban frecuentemente la inundación de la ciudad, mejorando la disponibilidad del riego de los campos circundantes, y se aseguraba también la continuidad de los trazados de las calles, la cohesión y funcionalidad del tejido urbano.

Sin embargo, dada la limitada extensión de la actuación proyectada por Crouset, parecía que tendría poca significación frente al crecimiento de la población y la transformación económica que experimentaría la ciudad durante el siguiente siglo. Así que, vamos estudiar ahora la extensión del trazado reticular que documentó el plano de Isidoro Epstein que, según se ha podido averiguar, fue precedido otro de Guillermo Still, al que se agregó la Alameda de Monterrey.

Figura 0317-1. Plano de la Nueva Ciudad de Monterrey de Juan Crouset (1796)

Figura 0317-2. Detalle del Plano de la ciudad de Monterrey, Juan Crouset (1798). Las obras se complementaron conformando una pequeña explanada trapezoidal, el primer espacio público arbolado de Monterrey, entre las calles Juan Ignacio Ramón y la prolongación de Quince de Mayo, Juan Zuazua y Diego de Montemayor (hoy la ocupan el Museo de Historia Mexicana, el Museo del Noreste y el comienzo del Paseo Santa Lucía).

EL PLANO DE MONTERREY Y SUS EGIDOS DE ISIDORO EPSTEIN DE 1865

Al final del virreinato, el establecimiento de las compañías presidiales había contribuido a mejorar la seguridad de las comunicaciones y el comercio en el norte del país16. Así que, la tercera década del siglo XIX Monterrey tenía más de 12,000 habitantes y se había convertido en el centro regional de exportaciones e importaciones, conectando a través de los puertos tamaulipecos. Sin embargo, los acontecimientos políticos nacionales, la guerra de Independencia (1810-1821) y después la independencia de Texas (1836), distrajeron al Ayuntamiento del interés de planificar el crecimiento urbano, hasta que se contrató a Guillermo Still en 1832 para rectificar el trazado de la ciudad, tomando como base el proyecto de Crouset de 1796. Algunos planos y otros documentos escritos indirectos pueden corroborarlo.

El Plano de las fortificaciones de Monterrey, levantado en 1846 por el Cuerpo de Ingenieros de Infantería del Ejército norteamericano durante la Intervención estadounidense (1846-1848) es el más claro (Fig. 0317-3). En él se observa que la tendencia del trazado rectangular poco homogéneo no se había corregido todavía junto al núcleo central, pero al noroeste de él la ciudad se trazaba ya con la retícula perfecta. Rocío González Maiz ha podido precisar la información gráfica explicando que “hacia la mitad de la segunda década después de la Independencia, las adjudicaciones de tierra en los ejidos de Monterrey se aceleraron (…). [Y, que] otra zona dentro del ejido, situada al norte (…), se abrió para poblamiento a partir de 1832, llamándole ‘Nuevo Repueble del Norte’. Se acordó que el reparto fuera de manzanas enteras de cien varas en cuadro, así como de medias y cuartos de manzana, según las solicitudes. Al mismo tiempo que la ciudad se extendía hacia el Norte, en el Sur, del otro lado del río Santa Catarina y al pie de la Loma Larga, los vecinos de ese barrio, llamado ‘Nuevo Repueble del Sur’ (…), demandaban el trazo de calles y manzanas para poder edificar sus viviendas”17. Así que, la rectificación del trazado de Guillermo Still se puede relacionar directamente con el proceso de la desamortización de los ejidos de la ciudad, en el que se mezclaron tanto los requerimientos de superficie urbanizable de los particulares como las financieras de la hacienda pública18.

Aunque a mediados del siglo XIX la ciudad tenía poco más de 25,000 habitantes, en el Plano de Monterrey y sus egidos de Epstein de 1865 (Fig. 0317-4), el trazado del tejido reticular del Repueble del Norte se extendía holgadamente media legua alrededor del núcleo central. Las calles Félix U. Gómez, Colón y Venustiano Carranza definían el polígono al norte del río Santa Catarina, pero al sur de éste, la orografía de la Loma Larga limitaba la extensión del Repueble del Sur. El dibujo distinguía el trazado del núcleo central y el de los repuebles, señalando las fases de la expansión; al Norte, el límite entre las fases estaba en la calle M. M. de Llano, aproximadamente a la mitad de la superficie del trazado reticular. Y, como se ha mencionado antes, Epstein seguía destacando la hondonada que formaba el cauce del arroyo Santa Lucía, enfatizando sobre todo el gran estanque del ojo de agua que rodeaban las calles de Allende, Zaragoza, Quince de Mayo y Escobedo19 (Fig. 0317-5).

Además de la Plaza Zaragoza, el entramado al norte del río se había conformado dejando algunos espacios públicos. Al poniente del núcleo central la Plaza de la Purísima tenía todavía una configuración irregular; y cerca del arroyo, estaban la Plaza del Colegio Civil que trazó Crouset, y las plazas de Zuazua y de la Concordia que se obstruyeron parcialmente con la edificación del Santuario de Nuestra Señora del Roble y del Palacio de Gobierno del Estado. Pero el más significativo de todos estaba al noroeste de la retícula de Still: la Alameda de Monterrey (1861) establecida por el alcalde José María Morelos, homónimo del héroe nacional, durante el gobierno de Santiago Vidaurri20.

Ahora bien, como los trazados de Still y Epstein habían eliminado las plazas de los barrios y los espacios destinados a los equipamientos colectivos previstos por Crouset, se puede deducir que en el proceso de la desamortización, las autoridades municipales cedieron la propiedad del suelo a los particulares sin ninguna restricción, desestimando su responsabilidad urbanística. Como consecuencia, a medida que la edificación fue consolidando el tejido urbano, los espacios públicos junto al arroyo y el parque fueron también privatizados. “Las memorias de los alcaldes informan (…) de obras de canalizar y dar mejor salida al agua procedente de los ojos de agua21. Pero, como se había fijado con demasiada holgura la frontera de la retícula, “aunque las calles entre la de Aramberri y Colón estaban trazadas desde 1868, las viviendas en esta área se encontraban muy dispersas”22. Lo que llevó a que el resto del suelo desamortizado se urbanizara sin planeamiento, y quedara fuertemente condicionado por el trazado de las vías de los ferrocarriles, que llegaron algunos años antes que las grandes industrias y las urbanizaciones residenciales23.

En suma, que durante el proceso de la desamortización de la propiedad municipal, la falta de un marco legislativo que garantizara la prevalencia de los elementos urbanos de la ciudad, apuntaló en el planeamiento urbano el paradigma liberal que defendía la nueva estructura política y económica de la República. Aunque con ello se favorecía el dinamismo económico, permitir las inversiones públicas y privadas sin restricciones tendría consecuencias muy graves en el ordenamiento de la ciudad.

Además, dejando a salvo la conveniencia geométrica del ordenamiento reticular, el significado histórico cultural se había trastocado. Si al final del Virreinato la legislación procuraba el ordenamiento urbanístico para beneficio colectivo, en la República era necesario asegurarlo frente al interés desacotado de la propiedad particular. Ante la expansión que producían las inversiones, la autoridad debía determinar la estructura funcional de la nueva ciudad industrial y la dotación de los espacios verdes y los equipamientos urbanos; ya que su omisión convertía el planeamiento en una herramienta de la geografía, en la sola medida del aprovechamiento urbanístico.

Figura 0317-3. Plano de las fortificaciones de la ciudad de Monterrey, levantado por el Cuerpo de Ingenieros de Infantería del Ejército norteamericano durante el asedio de la ciudad de 1846. Se observa ya que han empezado a delimitarse algunas parcelas en las manzanas por las que discurre el arroyo Santa Lucía

Figura 0317-4. Plano de Monterrey y sus egidos, Isidoro Epstein (1865). En el documento destacan las diferencias entre los entramados de circulaciones de ciudad antigua y de las expansiones al Norte y el Sur del centro histórico de la ciudad actual, y sobre todo las previsiones de los espacios públicos verdes: el parque que rodeaba el cauce del arroyo de Santa Lucía, que hoy ha quedado enterrado, y la gran alameda que hoy se ha reducido a la mitad de la superficie original (Alameda de Mariano Escobedo) (El Plano de Epstein en copia facsimilar del INEGI se encuentra en el Archivo General del Estado de Nuevo León)
Figura 0317-5. Detalle del Plano de Monterrey y sus egidos, Isidoro Epstein (1865). El dibujo destaca el cauce que formaban los ojos de agua y el arroyo de Santa Lucía


LA CONFIGURACIÓN DE MONTERREY DURANTE EL ÚLTIMO CUARTO DEL SIGLO XIX

Después del conflictivo período de Santiago Vidaurri (1855-1864), Nuevo León tuvo diez gobernadores durante la Segunda Intervención francesa (1862-1867); posteriormente, Jerónimo Treviño y José Eleuterio González controlaron la escena política previa al Porfiriato (1877-1911), que tuvo el mérito de la estabilidad política. Entonces, la figura indiscutida fue Bernardo Reyes (1885-1887, 1889-1909), que impulsó también del desarrollo económico, concentrado entonces en la capital del estado. Durante el último cuarto del siglo XIX la economía de Monterrey se transformó; y, de ser el centro de distribución de las exportaciones e importaciones de la región, pasó a liderar la industrialización del país24. Así que, en el resultado urbanístico incidieron no solo el poder discrecional de las autoridades, sino la economía cada día más floreciente de la ciudad, complementada por la inversión extranjera. No obstante que la promoción del desarrollo social fue insuficiente.

Con la estabilidad política y el crecimiento económico aumentó rápidamente la población de la ciudad. En 1880 contaba con 35,000 habitantes, que en 1900 serían más de 60,000 y de 81,000 en 1910. Pero tal incremento no requería de extender más el trazado previsto por Epstein, sino que se planeara su edificación conforme a las expectativas de la nueva ciudad industrial. Ya que, durante ese período se aparejaron la evolución de las comunicaciones, la diversificación de las manufacturas (las textiles se habían anticipado en la década de 1850); sin embargo, se produjeron solo algunos cambios en la altura y los exteriores en unos cuantos edificios, pero casi ninguno en los barrios y las viviendas. Por eso, al terminar el siglo XIX, la llegada de la industria pesada marcaría el inició de la urbanización desregulada alrededor del entramado reticular, determinando con ello la morfología del siglo XX.

Isidro Vizcaya recopila algunos datos interesantes. En 1870 “se inauguró la comunicación telegráfica con la capital de la República”25. Aunque “probablemente no ha habido en la historia de Monterrey año más lleno de acontecimientos fundamentales (…) que el año de 1882. En efecto, en ese año llegó el primer ferrocarril, se empezó a construir el sistema de trenes urbanos y se instalaron los primeros teléfonos. (…) El Teatro del Progreso inauguró sus instalaciones de alumbrado eléctrico (…). Poco después, (…) en la plaza Zaragoza”26. Durante esa década también se terminó la red ferroviaria de la ciudad.

La prensa destacaba algunos de los hitos del planeamiento durante el Porfiriato. En “las calzadas Unión y Progreso, que hoy llevan los nombre de Madero y Pino Suárez (…) los árboles plantados por un lado y otro de las calzadas comienzan a hermosearlas. El Ayuntamiento ha procurado dotarlas con el alumbrado necesario. Es indudable que la parte más bella de la ciudad, será en el porvenir la del Norte (La Voz de Nuevo León, 7 de mayo de 1892)”27. Así que, después del formidable despegue industrial registrado en 1891, “el crecimiento de la ciudad se orientaría fundamentalmente hacia el Norte. Incluso la primera colonia residencial, la de Bella Vista se abrió por aquel rumbo”28. “Ya en 1893 (…) muchos terrenos situados en aquella dirección que antes no tenía valor alguno, hoy alcanzan un alto precio relativamente. (…) Se estaba poblando la zona vecina a las estaciones de los ferrocarriles Nacionales y del Golfo (…). No hay ya terrenos sin poblar intermedios, esta capital se une al norte con un pueblo esencialmente fabril (La Voz de Nuevo León, 17 de abril de 1893). (…) Hoy en la ciudad no obstante que cada día se levantan en ella nuevos edificios, faltan los necesarios para albergar la gente que forma nuestra actual población flotante. Los campos que antes eran arables por el lado norte, cubiertos de mezquitales, están ocupados por implantaciones fabriles, edificios y tranvías (La Voz de Nuevo León, 1 de febrero de 1896)”29. Pero, a pesar de todo, “la ciudad está completamente circundada por los jacales de las clases bajas, cuya suciedad y miseria no es mayor en ninguna otra ciudad de México”30.

Esta serie de instantáneas del Monterrey de la década de 1890, ilustra que el planeamiento que necesitaba la ciudad rebasaba ya las posibilidades de la estructura reticular de la ciudad colonial; que, aun extendida, había quedado preparada solo para incorporar las actividades comerciales y manufactureras convencionales en el tejido residencial de poca densidad. En cambio, debía prepararse para otro tipo de ciudad, que además de responder al aumento y la diversidad de las condiciones sociales de la población, previera las zonas para las actividades productivas de mayor escala, incorporando los nuevos sistemas de comunicación y los medios de transporte motorizados, que el planeamiento europeo y el norteamericano avanzaban por esos años por diferentes caminos.

A pesar que en el Repueble del Norte se trazaron algunas avenidas siguiendo el modelo representativo de la ciudad europea y se implantó un sistema de ferrocarril urbano muy denso, el trazado reticular no se planificó con un tejido edificatorio más compacto. Sino que se permitió la urbanización al norte del Repueble, siguiendo el modelo norteamericano de colonización del territorio, en el que “la construcción de la red ferroviaria acompaña a la construcción del tejido poblacional y productivo”31. Con la diferencia que la urbanización en el suelo fracturado por las vías del ferrocarril, en lugar de un trazado geométrico ordenado de la ciudad norteamericana, produjo un mosaico irregular de piezas de tejido industrial y residencial  (Fig. 0317-6).

No obstante, en los planos de finales de siglo de Monterrey el crecimiento desordenado apenas era perceptible. En la siguiente publicación profundizaremos en las consecuencias de la falta de coordinación entre el desarrollo industrial y el urbanístico, que después de más de cien años demanda una actuación responsable de la sociedad en su conjunto, en primer lugar de las autoridades urbanísticas y de la inversión inmobiliaria pública y privada.

Figura 0317-6. Detalle del Plano de la Ciudad de Monterrey, Nuevo León. Florentino Arroyo y Ramón Díaz, Editores, 1894. En el entramado reticular del centro se destacan las aportaciones del gobernador Bernardo Reyes: las calzadas del Progreso y de la Unión que remataba en la Plaza de Armas. También están el edificio de la Penitenciaría y la Alameda Porfirio Díaz. También están las vías del tranvía. La fachada de la ciudad industrial quedó trazada en la Avenida Colón con las vías y las estaciones del ferrocarril Nacional y del Golfo. Al norte de ellas las primeras fábricas e industrias, y entre ellas la primera de las urbanizaciones de vivienda fuera del tejido reticular: el Repueble de Bella Vista junto a la Cervecería Cuauhtémoc.

1. El estancamiento de Monterrey de los siglos XVII y XVIII pudiera suponerse por la falta actividad económica, pero se debió al desarraigo de los factores económicos: la actividad ganadera trashumante y el agotamiento de los minerales. En el norte de Nuevo León el caso de Villaldama lo comprueba. Cfr. Jorge CORTÉS FERNÁNDEZ, La construcción de un poblado norestense, Villaldama, Nuevo León. H. Congreso del Estado de Nuevo León, 1999
2. “El ejido para las ciudades españolas fue de usufructo común y su espacio se destinó tanto para el crecimiento de la población como para el pastoreo de ganado y la provisión de leña y otros productos. Además representó una vía de tránsito, de entrada y salida de la población. En los términos del ejido, los colonizadores que acompañaron al fundador y más tarde muchos otros, recibieron mercedes de tierras en donde establecieron sus haciendas. Al noroeste de la ciudad, en las faldas del cerro de las Mitras, fueron señaladas las tierras correspondientes a la dehesa boyal. En síntesis, sumadas las tierras del ejido y las de propios rústicas y urbanas, el Ayuntamiento de Monterrey llegó a administrar la cantidad aproximada de 75,685.29 hectáreas”. Rocío GONZÁLEZ MAIZ, Desamortización y propiedad de las élites en el noreste mexicano 1850-1870. Fondo Editorial de Nuevo León. Monterrey, 2011. Pág. 24, párr. 2
3. “La desamortización fue el proceso a través del cual los bienes pertenecientes a las corporaciones civiles y eclesiásticas se transfirieron a los particulares a partir de la ley del 25 de junio de 1856”. Ibídem. Pág. 9, párr. 1
4. En 1846 se sucedieron la invasión norteamericana y la Batalla de Monterrey. Ese año se alternaron en la gubernatura Juan Nepomuceno de la Garza y Evia, Rómulo Díaz de la Vega, Pedro de Ampudia y Francisco de Padua Morales. Después de la estancia del presidente Benito Juárez en Monterrey en 1864, volvió la inestabilidad política. Por oponerse a Juárez y aliarse con los franceses, Santiago Vidaurri escapó a Texas. En 1865 gobernaron Nuevo León Jesús María Aguilar, Mariano Escobedo, Simón de la Garza Melo y José María García. Finalmente los regímenes liberales consolidaron el poder con la llegada de Jerónimo Treviño en 1867.
5. “En 1638 (…) quedó delimitado el ejido, (…) una extensión de una legua a la redonda equivalente a 7,140 hectáreas que quedaron bajo la administración de las autoridades municipales. Esa fue la extensión de tierra que comúnmente se otorgó a las ciudades como ejidos. Rocío GONZÁLEZ MAIZ, Desamortización y propiedad de las élites en el noreste mexicano 1850-1870. Fondo Editorial de Nuevo León. Monterrey, 2011. Pág. 24, párr. 1 
6. “Las experiencias españolas de construcción de ciudades con un plano regular durante el medioevo tardío y las lecturas de los tratados de la antigüedad, medioevales españoles y renacentistas italianos, influyeron necesariamente y con seguridad los principios de construcción utilizados en la edificación de las ciudades coloniales en el continente americano y formulados en las instrucciones y disposiciones reales”. Andrzej WYROBISZ. La ordenanza de Felipe II del año 1573 y la construcción de ciudades coloniales españolas en la América. Estudios Latinoamericanos 7, 1980 PL ISSN 0137-3081. Pág. 15, párr. 3 a pág. 16, párr. 1
7. A. E. J. MORRIS, Historia de la forma urbana desde sus orígenes hasta la Revolución Industrial. Editorial Gustavo Gili, SL, Barcelona, 1984. Pág. 171, párr. 2
8. “Santa Fe fundada por los Reyes Católicos en Andalucía en 1492 y que al parecer de varios estudiosos se convirtió en el prototipo de la ciudades coloniales de América”. Andrzej WYROBISZ. La ordenanza de Felipe II del año 1573 y la construcción de ciudades coloniales españolas en la América. Estudios Latinoamericanos 7, 1980 PL ISSN 0137-3081. Pág. 14, párr. 1
9. La Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias publicada en 1680 compendió las leyes publicadas por lo soberanos españoles, desde los Reyes Católicos hasta Carlos II
10. Rocío GONZÁLEZ MAIZ, Desamortización y propiedad de las élites en el noreste mexicano 1850-1870. Fondo Editorial de Nuevo León. Monterrey, 2011. Pág. 24, párr. 1
11. La erección del Obispado de Linares tuvo lugar en 1777; la radicación de la sede en Monterrey hasta 1791
12. La biografía y obras de Juan Bautista Crouset se puede ampliar en: Armando V. FLOREZ SALAZAR, CIENCIA UANL, volumen VII, número 3, julio-septiembre, 2006. Antes del Colegio Civil (1794-1797) y tres personajes destacados; y en Enrique TOVAR ESQUIVEL y Adriana GARZA LUNA, BOLETÍN DE MONUMENTOS HISTÓRICOS | TERCERA ÉPOCA, número. 8, septiembre-diciembre 2006. Juan Bautista Crouset, Maestro mayor de obras de Monterrey
13. AGN, Presidios y cárceles, Vol. 31, Exp. 7, f. 259
14. Citamos las que consideramos las más importantes. “Ordenanza 110, Se haga la planta del lugar repartiéndola por sus plazas, calles y solares a cordel y regla, comenzando desde la plaza mayor; y, desde allí, sacando las calles a las puertas y caminos principales, y dejando tanto compas abierto que aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir en la misma forma (…). Ordenanza 114. De la plaza salgan cuatro calles principales (…). Ordenanza 118. A trechos de la población se vayan formando plazas menores en buena proporción (…). Ordenanza 121. Señalase luego sitio y solar para la casa real, casa de concejo y cabildo, y aduana y atarazana (…). El hospital para pobres y enfermos de enfermedad que no sea contagiosa se ponga junto al templo (…). Ordenanza 122. El sitio y solares para carnicerías, pescaderías, tenerías y otras oficinas que causan inmundicias se den en parte que con facilidad se puedan conservar sin ellas (…). Ordenanza 126. En la plaza no se den solares para particulares, dense para fábrica de la iglesia y casas reales y propios de la ciudad y edifíquense tiendas y casas para tratantes y sea lo primero que se edifique (…). Ordenanza 129. Señálese a la población ejido en tan competente cantidad que aunque la población vaya en mucho crecimiento siempre quede bastante espacio adonde la gente se pueda salir a recrear. Cfr. Gabriel IBERT, La legislación colonial española de Indias.
http://www.gabrielbernat.es/espana/leyes/index.html 
15. Cfr. Armando FLORES SALAZAR, Ornamentaria: lectura cultural de la arquitectura regiomontana. Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey. 2002. Pág. 168
16. “El presidio como instrumento de defensa y pacificación [fue] una pieza fundamental en la ocupación del territorio, de tal forma que en sus inicios defendió las rutas y caminos, para después ser un elemento de estrategia para ir poblando el norte de México. Luis ARNAL, El sistema presidial en el septentrión novohispano, evolución y estrategias de poblamiento. Scripta Nova, REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES. Universidad de Barcelona. Vol. X, núm. 218 (26), 2006
17. Rocío GONZÁLEZ MAIZ, Desamortización y propiedad de las élites en el noreste mexicano 1850-1870. Fondo Editorial de Nuevo León. Monterrey, 2011. Pág. 35, párr. 1
18. “La desamortización mexicana de 1856 respondió más que a una reforma social, a la necesidad de salvar la Hacienda pública y a sostener la guerra. Sin embargo, es necesario considerar que los efectos de la desamortización sobre el régimen de propiedad fueron más profundos y a más largo plazo que la rápida o nula recuperación financiera o el sostenimiento de los requerimientos militares. (…) La ley Lerdo de 1856, varió la titularidad de la tierra y estableció un nuevo régimen de propiedad en beneficio de la burguesía”. Ibídem. Pág. 19, párr. 3 y pág. 20, párr. 1
19. Cabe mencionar que el cartógrafo Isidoro Epstein había dibujado el plano de la ciudad de Aguascalientes en 1855, destacando, como en el de Monterrey de 1865, los condicionantes hidrográficos. Cfr. Jesús GÓMEZ SERRANO, “Remansos de Ensueño”. Las huertas y la gestión del agua en Aguascalientes, 1855-1914. Universidad de Aguascalientes. Pág. 1008, párr. 2 a 1010 párr. 1 y figura de la pág. 1009 http://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/viewFile/2999/2497
20. Tenía el doble de la superficie actual. En 1886 el gobernador Bernardo Reyes, la redujo a la mitad. Una parte se vendió a particulares, y en la otra se construyó la penitenciaría. Cfr. Erick ESTRADA BELLMANN fotografía y Ricardo ELIZONDO ELIZONDO textos. La Alameda. Encuentros. Fondo Editorial de Nuevo León. Monterrey, 2009. Pág. 11, párr. 1 y 2
21. Ibídem. Pág. 50, párr. 4 a pág. 51, párr. 1 
22. Isidro VIZCAYA CANALES, Los orígenes de la industrialización de Monterrey. Una historia económica y social desde la caída del Segundo Imperio hasta el fin de la Revolución 1867-1920. Fondo Editorial Nuevo León–ITESM, 2006. Pág. 50, párr. 2
23. Encontramos un documento con el proyecto de un ferrocarril desde la villa de Mier en el Río Bravo del Norte hasta la ciudad de Monterrey del ingeniero Coussy, fechado en 1865. http://w2.siap.sagarpa.gob.mx/mapoteca/mapas/2125-OYB-7212-A.jpg 
24. Cfr. Isidro VIZCAYA CANALES, Los orígenes de la industrialización de Monterrey. Una historia económica y social desde la caída del Segundo Imperio hasta el fin de la Revolución 1867-1920. Fondo Editorial Nuevo León–ITESM, 2006.
25. Ibídem. Pág. 22, párr. 2
26. Ibídem. Pág. 53, párr. 6 a pág. 54, párr. 1
27. Ibídem. Pág. 100, párr. 6 a pág. 101, párr. 1
28. Ibídem. Pág. 101, párr. 2
29. Ibídem. Pág. 100, párr. 3-5
30. Frederick A. OBER, Travels in Mexico, pág. 565, citado en Ibídem. Pág. 51, párr. 2 
31. Luis CABRALES, La ciudad norteamericana: la fe en el futuro, en Ciudades del Globo al Satélite, Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (Electa, 1994). Pág. 3, párr. 5 
32. “El trazado geométrico de las calles, el proyecto de una red homogénea que se pueda extender hasta el infinito, concretan no sólo una voluntad de orden que facilita la subdivisión de las parcelas, sino que demuestra también esa fe en la capacidad de conquista de la naturaleza y de expansión ilimitada de las ciudades”. Ibídem. Pág. 4, párr. 7